penosamente. Mudos. Sobre el Tiempo.
Nunca como los ríos. Jamás como serpientes.
Nos pesa acaso el cuerpo. El barro endurecido.
La gravedad que gira
por sobre el corazón. En sus arterias.
Unos
tenemos un momento de desgarro
en que clamamos, en que confiamos,
en que intentamos, aunque torpemente,
enderezar
la desviada sombra proyectada.
Acaso el viento se levanta
huracanadamente. Nos derriba
de nuevo. Nuestro llanto
ya es el eco sonoro de su vuelo nocturno
que levemente, temeroso,
va rozando o se posa
sobre la vaguedad de ciertos signos
-la fe, la propia estimación o el amor verdadero-.
Es entonces
cuando a nosotros llegan. Afiladas
palabras que agudizan nuestra bruma
-porque el temor confunde, pero jamás conmueve-,
palabras que se clavan en las fibras
de la carne vencida.
Palabras
de justicia divina, que se yerguen
implacablemente
frente a nosotros. Derribados. Mínimos.
Yo prefiero soñarte más humano,
con un trozo de barro -nuestra carne podrida- entre tus manos
y escuchar tus palabras. Las tuyas de verdad
-las que a mí me dirías si me tropezaras-:
"Es que acaso, con esto, puede hacerse otra cosa",
mientras se va posando
la ternura infinita de tus ojos
sobre tanta miseria.
María Elvira Lacaci, incluido en Dios en la poesía actual (Biblioteca de autores cristianos, Madrid, 1970, ed. de Ernestina de Champourcin).
Otros poemas de María Elvira Lacaci
Dios soñado, En el jardincillo, La cuchilla, Las cosas viejas, La palabra
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