Dile al criticón en la taberna,
mientras bebemos bajo la facundia de los bordones,
que he ido a consultar a un sabio en leyes,
santo, rabino donde los haya, buceador
de su religión, jurista de tomo y lomo,
sopesador de ciencias y novedades.
Le he dicho: «El mosto, ¿es lícito?»
«No» ha replicado, salvo que sea de un vino
que ponga de pie a los muertos.
«Y la oración» —insistí— Dijo:
«Obligación canónica. Rézala bien
y duérmete la mona. Echa a cuenta
la oración de un año entero y, si es nocturna,
la rezas bien amanecido.» Dije: «¿Y el ayuno?»
«¡Ni te lo propongas siquiera! Esmérate
en aplicar a cada ayuno un desayuno.»
«¿Y la limosna? dime, ¿y la alcabala?»
Me dijo: «Quita de ahí, ésa se considera
propia de la herramienta de truhanes.»
Repliqué: «¿Y, si peregrino, los ritos?»
«Está de más—dijo—. Sal corriendo.
A tierras de La Meca no vayas en peregrino
ni aunque La Meca te caiga a la puerta de la casa.
«Bueno, dije, ¿Y los tiranos?» Me dijo: «Nada»,
ni tocarlos, ni aunque te ronden el granero.
Estate a buenas con ellos, véngate en sus hijos,
si vas sobrado de cólera contra infieles.
Ensarta, con tu lanza, una tripa aquí, un trasero allá.
Esta es la Guerra Santa, ¡qué excelente recompensa!»
Repliqué: «Y la prenda, ¿se devuelve?»
Afirmó: «Ni hablar, nadie devuelve
el pellejo de un quintal de dátiles.
¡Ni se te ocurra! A no ser que sea la trampa
con el dueño y señor de una taberna.
Devuélvele entonces prenda y deuda
y para ello arréglatelas, aunque sea
vendiendo la mismísima camisa».
Respondí: «Estoy resuelto, pero,
¿qué hay del soltero, que viaja sin cesar,
de ausencias muy seguidas?»
Me respondió: «Beneficiarte debes a la vecina,
y también sodomizar al vecinito.»
Se me acercó entonces y añadió:
«Es mi obligación aconsejarte: como guinda
a estas tus virtudes, haz unas apuestas.»
Abu Nuwas al-Hasan ibn Hani al-Hakami, incluido en Treinta poemas árabes en su contexto (Ediciones Hiperión, Madrid, 2006, selec. y trad. de Jaime Sánchez Ratia).
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