Emigramos a los bosques
como ascetas,
a un rigor destemplado.
Y otra locura hacía presa de esos cuerpos sin carne,
los ojos agrandados,
las mejillas hundidas.
Tensó la cuerda hasta romperla.
Su mente volaba como un pájaro.
Se iba a la punta de los árboles
a esperar la salida del sol.
Pero ella quedaba abajo,
unía a esos mundos florecientes su cuerpo seco.
Fría sal de madrugada en el pico de los gorriones.
Veía colibríes, mariposas sin nombre como encajes.
Furias de muerte la nutrían.
Oía trompetas en el aire,
gritaba hasta quedarse muda.
A punto de matar,
a punto de cegarse,
y los gorriones cruzaban el cielo como si nada.
El mundo seguía igual.
Sólo su mente vagaba como rata por escondrijos,
revolvía en la chimenea las cenizas.
Y luego se remontaba.
Perdía el rostro del tiempo.
La hacía caminar por las murallas de ciudades sitiadas,
la hacía gritar desde una hoguera,
la hacía cantar vistiendo sayales rugosos
o frecuentar cafés miserables bajo la nieve de París,
pianos tropezando en un vals desafinado.
Los cuerpos se consumían.
Gritaban profecías bajo el sol,
oía salmos,
maldecía y su saliva sacaba las plantas,
su pensamiento podía fulminar.
Y sin embargo veía esos pájaros amarillos,
emigrados del norte.
Cantaban posados en una rama,
se hacían el amor.
Y ella deliraba, insomne,
y dentro de su mente
otra mente observaba como un ojo.
Y ella volaba en busca de su amado.
Nos volvíamos ciervos,
cruzábamos los bosques como flechas.
Elsa Cross en Bacantes/Bacchae (1982), incluido en Tigre la sed. Antología de poesía mexicana contemporánea 1950-2005 (Ediciones Hiperión, Madrid, 2006, selecc. de Víctor Manuel Mendola, Miguel Ángel Zapata y Miguel Gomes).
Otros poemas de Elsa Cross
Bacantes (I, V, VI), Baniano, La noche emerge a la conciencia...
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