¡Cuánto tiempo sin platicar llevamos, padre!
Es que hasta ahora
yo creía en la distancia y en el tiempo,
creía necesarias las palabras para decir las cosas.
Mirar tu estampa y escuchar tus pasos
para saber qué eras.
Pero ahora, padre, quiero hablarte de cosas que sabes
y yo sé que las sabes.
Para decirte que sólo soy tu hijo todavía,
hermano de ese árbol que te absorve
y que se tiene al pie de tu esqueleto,
altivo, estéril, solitario y tuyo.
Ya me han nacido canas, padre,
acaso sean las mismas que tú ganaste y me legaste un día,
porque nacieron cuando tú te fuiste.
Navego solo desde tu naufragio.
¿Sabes qué es estar solo...?
Es lanzar un latido al infinito sin esperar el eco,
sentirte prisionero en tu albedrío,
sentirte gigantesco como un dios
y ser la ausencia de él tu geografía.
Como una Cruz de Malta y una luz
el mundo sigue dando vueltas, padre.
Los hombres siguen llamando tiempo al juego.
Cobardes de escuchar su corazón, lo atan a la muñeca.
Cuando uno de ellos muere el otro mira y dice:
"Falleció a la una y media de la tarde".
Como un talego lleno de simientes
he ofrecido mi amor a las mujeres,
han venido a picar entre mis granos,
pero es torpe mi paso, cansino el caminar...
Como ellas tenían alas,
han alzado su peso de mi hombro.
No he podido pagar a los nacidos el precio de mi vida
y les hago un poema, les platico de noche
o les cuento mis chistes.
Les voy pagando a plazos como puedo.
Espérame ahí, padre, a que vaya a abrazarte
con la honrada verdad de un esqueleto.
Pedro Beltrán en Burro de noria (Ediciones Martínez Roca, Barcelona, 2002).
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