Para Michael Ondaatje
Quizás no hay nada más hermoso
para el hombre triste y pensativo
que observar a estas ratas
resolviendo enigmas. Su equilibrio es perfecto,
la manera en que todo el cuerpo se agita en pos
de sus nerviosas naricillas y garras delicadas
me inspira a pensar en su concentración,
sus mentes como redondos discos de cobre
y la manera en que usan sus limitadas facultades
para resolver problemas que son realmente modelos
del lugar donde han estado siempre sin ser conscientes de indicación alguna.
A diario damos a las ratas blancas un poco más
o a nosotros mismos
y nos sentimos satisfechos, felices, como
nos deberíamos sentir después de una auténtica catarsis.
A diario las ratas se vuelven más diestras, más, como si
dijéramos, inteligentes
hasta que una mañana despertamos
tras un sueño de grumos de tierra, tenues arañazos, trizas
de noticias impresas
y susurrantes sacudidas de deseo,
para encontrarlas
con un aspecto diferente, sentadas fuera de sus jaulas
mirándonos fijamente, rosados ojos planos de luz negra como
semillas de melón o espejos
preguntándose qué vamos
a darles seguidamente,
pensando en nosotros como modelos también,
como plataformas, varillas de colores, pedales, barras y laberintos, sin
haber pensado todavía más allá de lo que producimos, sin
haber aprendido todavía a tocarnos
y a entender
que nuestros cuerpos son tan suaves como los suyos. Sentadas fuera
de sus jaulas parecen sonreír;
quieren que les proporcionemos
más trucos de éstos; quieren ser inteligentes como nosotros.
David Donnell, incluido en Antología de la poesía anglocanadiense contemporánea (Los libros de la frontera, Barcelona, 1985, selec. y trad. de Bernd Dietz).
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