Como la madre a quien falta
el tierno y amado hijo
así estoy cuando no os veo,
dulcísimo dueño mío.
Los ojos en vuestra ausencia
son dos caudalosos ríos,
y el pensamiento sin vos
un confuso laberinto.
¿Adónde estáis, que no os veo,
prendas que en el alma estimo,
qué Oriente goza esos rayos
o qué venturosos Indios?
Si en los brazos de la Aurora
está el sol alegre y rico,
decid, siendo vos mi Aurora,
cómo no estáis en los míos.
Salís y ponéis sin mí,
ocaso triste me pinto,
triste Noruega parezco,
tormento en que muero y vivo.
Amaros no es culpa, no;
adoraros no es delito;
si el amor dora los yerros,
qué dorados son los míos.
No viva yo si ha llegado
a los amorosos quicios
de las puertas de mi alma
pesar de haberos querido.
Ahora, que no me oís,
habla mi amor atrevido;
y cuando os veo enmudezco
sin poder mi amor deciros.
Quisiera que vuestros ojos
conocieran en los míos
lo que no dice la lengua
que está para hablar sin bríos.
Y luego que os escondéis
atormento los sentidos
por haber callado tanto,
diciendo lo que os estimo.
Mas porque no lo ignoréis,
siempre vuestro me eternizo;
siglos durará mi amor,
pues para vuestro he nacido.
María de Zayas en La inocencia castigada (1637), incluido en Las primeras poetisas en lengua castellana (Ediciones Siruela, Madrid, 2016, ed. de Clara Janés).
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