Mis tres madres tienen una montaña tan grande como cualquiera
Donde hay un río claro y risueño,
Aquí dijeron, debo traer a la chica con quien me case
Para que ellas juzguen si puede quedarse para siempre.
Como mis madres fueron criadas y crecidas en la montaña,
Son educadas y simpáticas;
Iluminan sus árboles, sirven dulces de miel
A cada huésped perdido y con hoyuelos.
Para uno iniciaron un incendio en el bosque,
Le mostraron a uno un espejo de luna,
Una tiene un millar de luciérnagas entre su cabello
Que causaron espanto a mi pequeña niña.
Esto ha sido así durante cien años,
Cien años completos en este junio,
Y mi corazón está ahíto de las saladas lágrimas,
De cada desconcertante chica que he conocido.
Así que, cuando te lleve allí cariño,
Y mis madres repitan la función,
Mi lanza, gritaré, haré a la montaña sonar
Y atravesaré sus almas cacareantes!
Erwin E. Castillo, incluido en Lo último de Filipinas. Antología poética (Huerga y Fierro editores, Madrid, 2001, selec. de Jaime B. Rosa, trad. de Ellyde Maestre).
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