Ni miedo ni esperanza tenía él, sólo la mirada de la paciencia
enmascarando la emoción; sí, el alma misma
fue escondida eternamente, y hacia atrás se arrastraban
los anhelos diarios, las llamas encendidas del deseo
que iban hacia adentro, para ser encerradas en la ardiente celda.
El amor se movió allí con cautela como un prisionero
tan a menudo desconcertado en el conflicto, helado por la duda
y martirizado, desvaneciéndose en su dolorosa cruz.
Nunca levantó las manos para apoderarse y abrazar la aventura;
Pero en el silencio esperaría a que la vida
llegase haciendo señas, liberándolo
de la imposición de las voces furtivas de la memoria.
Los salvajes, los impacientes y los más pródigos,
incluso aquellos que juzgaron que esta naturaleza era profunda,
pausaron por un momento reflexionando, sacudiendo
la cabeza, diciendo: “Este es un sombrío destierro –
Puesto que la soledad envuelve a este hombre”.
1923
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