Pienso en el vuelo de una golondrina,
en una anciana y su mansión,
un sicomoro, un tilo perdidos en la noche,
aunque esa nube del oeste es luminosa;
gran labor hizo allí a despecho de la naturaleza
para sabios y poetas que vendrán,
múltiples pensamientos resumo ahora en uno,
en la gloria danzante que aquellas paredes engendraron.
Allí Hyde, antes de haber tornado a prosa
aquella noble espada que embrozaron las Musas.
Allí uno que tomara una actitud viril
a pesar de su débil corazón. Allí aquel hombre lento,
meditativo, John Synge, y aquellos
impetuosos, Shawe-Taylor y Hugh Lane,
encontraron orgullo en la humildad,
un escenario presto, compañía excelente.
Cual golondrinas llegaron y se fueron
y sólo un poderoso carácter femenino
podía proteger el primer vuelo de una golondrina;
y la media docena que allí estaban formándose,
que parecían girar al mismo viento,
hallaron certidumbre en el aire soñado,
en la dulzura intelectual de líneas
cortando o repelando el tiempo.
Detente aquí, viajero, sabio, poeta,
cuando estancias y salas se hayan ido,
cuando una ola de ortigas cubra la tierra informe,
y haya sólo raíces entre la rota piedra,
y dedica —con ojos inclinados al suelo,
desviados del brillo clarísimo del sol,
así como de la sensualidad de la sombra-—
un recuerdo instantáneo a la testa gloriosa.
William B. Yeats, incluido en Antología de poetas ingleses modernos (Editorial Gredos, Madrid, 1963, trad. de Jaume Ferrán).
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