sábado, 10 de diciembre de 2022

Poema del día: "La carta", de Charlotte Brontë (Gran Bretaña, 1816-1855)

¿Qué está escribiendo? Mírala ahora,
con qué rapidez se mueven sus dedos.
Con qué entusiasmo su semblante juvenil
se inclina sobre sus pensamientos.
Sus largos rizos, sueltos, le quitan la luz.
Ella los aparta rápidamente.
Tampoco sabe con dedos presurosos
desatar esa cinta de cristales luminosos:
se desliza hacia abajo por su vestido de seda,
cae brillando a sus pies,
cae sin ser notada, pues ella sigue
absorta en su dulce trabajo.

La hora más adorable brilla
en ese cielo de profundo azul.
El sol dorado de junio declina
sin llamar la atención de su mirada.
El césped acogedor, la puerta abierta,
el camino blanco, lejos,
en vano espera por sus delicados pasos:
ella no viene hoy.
Hay una puerta de cristal abierta
junto a la silla de esa dama.
Desde allí, hacia la pendiente de la pradera
descuidada desciende una escalera de mármol.

Plantas altas de flores luminosas y picantes
crecen alrededor del umbral.
Sus hojas y flores dan sombra a la habitación
resguardándola del resplandor del sol poniente.
¿Por qué no mira ella un momento
entre los macizos de flores
y observa en el cielo la danza radiante
de las horas vivaces de la tarde?
¡Oh, mira otra vez! Aún no aparta sus ojos
adustos, serios, tranquilos,
y rápido la pluma y los dedos vuelan,
impulsados por su voluntad entusiasta.

Su alma está absorta en la tarea.
¿A quién escribe, pues?
No, mírala más de cerca, interroga
la luz grave de sus propios ojos.
¿Adonde se vuelven, ahora que la pluma
queda suspendida de la línea incompleta?
¿De dónde cayó el destello de lágrimas
que brilló entonces en sus oscuros ojos?
El salón de verano parece tan oscuro
cuando vuelves a él desde ese cielo
y desde la extensión del verde parque
apenas puedes distinguir algo.

Sin embargo, sobre las pilas de porcelanas raras,
sobre floreros, sofá y jarrón,
torcido, como tumbado por el aire,
un retrato se encuentra con la mirada.
A él se vuelve ella, tú no puedes ver
con claridad qué forma tiene
la masa nublada de misterio
confinada en ese marco dorado.
Pero mira otra vez: acostumbrados a la sombra,
tus ojos ahora captan ligeramente
una forma robusta, una cabeza grande,
una cara firme y decidida.

Negros cabellos españoles, mejillas bronceadas,
una frente alta, ancha y blanca
donde cada surco parece hablar
de poder mental y moral
¿Es ese el dios de ella? No puedo decirlo.
Sus ojos un momento se detuvieron
sobre ese retrato suspendido, después se volvieron
oscuros y apagados y húmedos.
Un momento tan solo, su tarea está cumplida
y sellada la carta,
y ahora hacia el sol poniente
vuelve ella sus ojos llorosos.

Esas lágrimas fluyen, no preguntes,
pues por la dedicatoria puede verse
en qué paraje extraño y distante
su corazón de corazones debe estar.
Tres mares y muchas leguas de tierra
esa carta debe recorrer
antes de que la lea aquel a quien la mano amante
se la envió desde la costa de Inglaterra.
Remotos colonos salvajes retienen
a su esposo, amado aunque severo.
Ella, en medio de ese risueño escenario inglés,
llora su anhelado regreso.

Charlotte Brontë, incluido en Antología de poetas inglesas del siglo XIX (Alba Editorial, Barcelona, 2021, trad. de Xandru Fernández y Gonzalo Torné).


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