Veo al Papa como un gran cocinero
abriendo mil blancas palomas yertas.
Le reconozco porque no abandona la tiara.
Le reconozco porque no abandona la tiara.
Seca sus manos en el mandil sanguinolento.
El olor de las avecillas, de la carne mojada,
extingue la voz de la mirra y las campanas.
Las palomas implumes tan desnudas
están que se sonrojan las mujeres.
Las vísceras recubren las alfombras
Las vísceras recubren las alfombras
con lava fétida, viscosa y verde.
En la ventana gime la tarde que se pierde
En la ventana gime la tarde que se pierde
dormida en los ojos de las palomas.
Alza el toro la noche en el testuz
y pastores fecundan a las pastoras.
El fuego se relame soñando a Juana de Arco
El fuego se relame soñando a Juana de Arco
entre la avidez de las cacerolas.
De pronto, se arremolinan las plumas:
nieva rabiosamente como un nardo.
Lava viscosa, pestilente y verde,
vació los ojos del gran cocinero
calcinado sobre tumbas etruscas.
Lejos del oro lívido de envidia,
lejos de la pólvora y el mito,
lejos, lejos de Cristo, resucito
la paloma y libero el pan y el vino.
Ya toda sangre arrulla por el día
de la piedra y la noche del mar.
¡Oh lumbre y nieve para siempre juntas,
que saben del misterio de la espiga!
Roma, 1950.
Luis Cardoza y Aragón, incluido en Poesía contemporánea de Centroamérica (Los libros de la frontera, Barcelona, 1983, selec. de Roberto Armijo y Rigoberto Paredes).
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