Se detiene al instante de entrar en la última
carrera, una carta estelar perdida,
una ventaja en compensación por la tragedia
ahora que las éticas de la iniciación
y el rechazo están claras: así es
de arbitrario: lluvia ligera, seguro, pero luego,
de la verja con letreros en rojo sepia que dicen
“Vienen las ovejas”, un fuego fatuo
neblina de lumbre –que, por lo menos
después haría más claro–
que era la verja, y tan singular,
la firma de entrada
o de advertencia: todavía
no has regresado de tu exilio indefinido.
Aunque no dicho, colgaba como
humo frío en la memoria,
como el poema que le debía haber
terminado a mi hijo,
como el letrero que reza: “Para energía, Shell”
que te gustaría colgar
en un museo, un icono de su época.
Como le decías a Prynne por teléfono
a una distancia de 20 000 años luz: “A mí
no me gustan los iconos, tampoco soy iconoclasta”
la noche tan oscura como París Trout.
Encontrar la comodidad en las falsas paredes
del cementerio familiar –¿Cómo podría
esa malla prohibir el paso?
¿Ser esparcido sobre el desierto o el mar
o sepultado aquí si la compañía lo permitiera?
Lugar que he visto como “mío” desde hace mucho, pero sé
que es para los espíritus que lo atienden a su tiempo.
¿La sal, la hincada del alambre de púas, y esa neblina
(¿la bienvenida a un “terreno sagrado”?)
y ese humo? Pero un frío bien amargo, quemándose filoso
como si no se pudiera sofocar ni apagar
con las indicaciones del medidor de lluvia o un aguacero
súbito –deja que pasen tres días, siempre ocurre
a partir del tercero– antes de decidir.
Y ese fantasma, la neblina de lumbre
retendrá su respiración, bajo un lecho
de cenizas, o moviéndose con sigilo hacia la cerca
como los zorros que nunca
serán sacados de sus baluartes
en barrancos retorcidos y cubiertos de maleza.
Noto que “el jefe” ha remozado un viejo arado
para usar esta temporada (quizás lo hiciera
la temporada pasada) –Aristóteles a lo mejor lo hubiera puesto
en claro: “Cada tragedia tiene su complicación
y desenlace. Las complicaciones
existen fuera del argumento, y muchas veces,
de esas que existen dentro…” pero me distancio
de como continúa… “y el resto
es desenlace.” Solo ves el amor
–los cráneos de ovejas con sus puertos y ventrículos
mansos como una piedra, o tan inestables; la desviación
de un paraíso salado en tiempo húmedo, el cielo índigo.
No encontrarás una manera fácil
de devolver a una muerte tan universal. Ah,
Needlings me mira (opto por
imaginar), y los rincones comidos de figuras
de los campos son parecidos a su forma –Infinitos.
Se habla de sequía para el próximo año, pero hoy está nutrido.
Ahora, de mi aislamiento, y de esa neblina de lumbre
–en la luz del día, claramente la quema
de un tocón o tocones ofensivos, avivado
con nigromancia. La sangre hace olas
en las mejillas rubicundas, manchadas de humo
y exorciza el fuego fatuo.
John Kinsella, incluido en Altazor. Revista electrónica de literatura (1ª época, año 2, febrero de 2020, Chile, trad. de Víctor Rodríguez Núñez y Katherine Heeden).
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