Valiéndose de un viejo bastidor
apoyado en una esquina
con un piquete de estrella
y entorchado con un trozo
de alambre por detrás
del cobertizo superfosfórico,
dos hermanos
con la bendición
de su padre
atraparon bandadas
de galahs rosados y grises,
cacatúas con colas rojinegras,
y loros de Port Lincoln,
para a su regreso llevarlos
a las aviarias de la ciudad.
Que estos pájaros rasgaran
la carne de sus dedos,
que sufrieran heridas
perniciosas y eventualmente
perecieran en sacos de arpillera húmedos
tirados en un maletero y cargados
por cuatrocientas millas,
no se les ocurrió a los hermanos
mientras las bandas volaban ante sus ojos,
se movían con un sigilo unitario
hacia los suculentos granos amarillos
derramados sobre la tierra comprimida
por tractores de doble rueda
y semirremolques
con ruedas más grandes
que niños
mayores que ellos,
mientras azotaban el piquete de estrella
de su apalancamiento,
selladas sus conciencias
con adrenalina.
Esos sacos rezumantes,
esos pájaros que parecían
como árboles de té frotados
por vacas y ovejas.
La mirada en el rostro
de su madre, una tempestad batida
y preparada en Mullewa,
llevada a Perth
en el maletero de un coche.
John Kinsella, incluido en Altazor. Revista electrónica de literatura (1ª época, año 2, febrero de 2020, Chile, trad. de Víctor Rodríguez Núñez y Katherine Heeden).
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