y sabes animar el fervor de los deseos
a los cuales tu cuerpo aleve se entrega.
El olor del lecho se mezcla a los perfumes de tu ropa.
Tu rubio encanto se asemeja a la insipidez de la miel.
No amas más que lo falso y lo artificial,
la música de las palabras y de los débiles murmullos.
Tus besos se desvían y se insinúan sobre los labios.
Tus ojos son inviernos pálidamente estrellados.
Los lutos siguen tus pasos en tétricos desfiles.
Tu gesto es un reflejo, tu palabra es una sombra.
Tu cuerpo se aplaca bajo besos sin nombre,
y tu alma está ajada y tu cuerpo usado.
Lánguido y lascivo,
tu artero roce ignora la belleza leal del abrazo.
Mientes como se ama, y, bajo la dulzura fingida,
se siente el arrastramiento del reptil atento,
en el fondo de la sombra, tal que un mar sin arrecife,
los sarcófagos son aún menos impuros que tu cama…
¡Oh Mujer!, yo lo sé, ¡pero tengo sed de tu boca!
Renée Vivien, incluido en Arquitrave (Segunda época, nº 60, junio-septiembre de 2015, Colombia, versión de María Dolores Martínez).
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