En el desolado río
se agrisa el tono punzó
del crepúsculo sombrío,
como un imperial hastío
sobre un otoño de gro.
Y el hombre medita. Es ella
la visión triste que en un
remoto nimbo descuella;
es una ajada doncella
que le está aguardando aún.
Vago pavor le amilana,
y va a escribirle por fin
desde su informe nirvana...
La carta saldrá mañana
y en la carta irá un jazmín.
La pluma en sus dedos juega;
ya el pliego tiene el doblez;
y su alma en lo azul navega,
a los veinte años de brega
va a decir «tuyo» otra vez.
No será trunca ni ambigua
su confidencia de amor
sobre la vitela exigua.
¡Si esa carta es muy antigua!...
Ya está turbio el borrador.
Tendrá su deleite loco
blancas sedas de amistad
para esconder su ígneo foco.
La gente reirá un poco
de esos novios de otra edad.
Ella, la anciana, en su leve
candor de virgen senil,
será un alabastro breve,
su aristocracia de nieve
nevará un tardío abril.
Sus canas, en paz suprema,
a la alcoba sororal
darán olor de alhucema,
y estará en la suave yema
del fino dedo el dedal.
Cuchicheará a ras del suelo
su enagua un vago fru-fru.
¡Y con qué amable consuelo
acogerá el terciopelo
su elegancia de bambú!...
Así está el hombre soñando
en el aposento aquél,
y su sueño es dulce y blando;
mas la noche va llegando
y aún está blanco el papel.
Sobre su visión de aurora,
un tenebroso crespón
los contornos descolora,
pues la noche vencedora
se le ha entrado al corazón.
Y como enturbiada espuma,
una idea triste va
emergiendo de su bruma:
¡Qué mohosa está la pluma!
¡La pluma no escribe ya!
Leopoldo Lugones en Los crepúsculos del jardín (1905), incluido en Antología crítica de poesía modernista hispanoamericana (Alianza Editorial, Madrid, 2008, ed. de Mercedes Serna Arnaiz y Bernat Castany Prado).
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