No hay descanso para él hasta que el año abunde
en frutos, crías y haces de espigas, y cubra
los surcos de cosecha, y rompa los graneros.
Viene el invierno: la aceituna de Sición
se tritura en las prensas; vuelven los cerdos
inflados de bellota; las selvas dan madroños;
frutos varios ofrece el otoño; allá arriba,
en las rocas, al sol, la vendimia madura.
Entre tanto, sus dulces hijos lo abrazan,
guarda el pudor su casta casa y, llenas
de leche, cuelgan las ubres de sus vacas;
sobre el ameno césped se embisten entre sí
pingües cabritos. Y él celebra los días festivos,
y, tendido en la hierba, donde arde el fuego
ritual y sus amigos enguirnaldan las cráteras,
libando te invoca, Lenco; después propone un juego
de veloz jabalina a los guardianes del rebaño:
el blanco será un olmo; y los robustos cuerpos
muestran su desnudez en la agreste palestra.
Virgilio en Georgicon II, incluido en Antología de la poesía latina (Alianza Editorial, Madrid, 2010, selec. y trad. de Luis Alberto de Cuenca y Antonio Alvar).
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