lunes, 23 de septiembre de 2013

Presentación de Juan Carlos Mestre para el libro "Hay una jaula en cada pájaro", de Óscar Curieses


Amigos, «para ir a lo que no sabes has de ir por donde no sabes», «rinoceronte unta su gajo blanco», «cada vez que me busco, me pregunto si realmente estoy aquí» donde «la jaula mordisquea sus propios palos», quiero decir, queridos amigos, propensos al temperamento melancólico, es decir, propensos al amor y a la locura, que nadie sabe lo que quiere decir el que habla en la densidad afectiva de los poemas de Curieses. Menos aún entenderá el que lo oye, si el que escucha, en este caso, nosotros, es otro radicalmente diferente al que entre el deslumbramiento y la posibilidad (también de insatisfacción) entra en su libro como si penetrase en su vida, en una conciencia que en alianza moral con los débiles pretende ofrecer un máximo de delicada resistencia a las formulaciones sociales de la crueldad y la culpa oscura del progreso y su complicidad criminal con las leyes políticas del mercado. Ya estamos hablando de la jaula, ya estamos diciendo que hay una jaula en cada pájaro. 
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«No estamos. Estamos en blanco». Lo oído, lo visto tras la escucha de este libro de Óscar, será la deriva que tomen mis palabras sin otra pretensión que la de articular apenas alguno de los múltiples sentidos de su imprevisible galaxia significativa. No se asusten, no ha de ser su intento una operación de oscuridad, tampoco la claridad forense de los desentrañamientos. Ni estamos en presencia de un exquisito cadáver ni saludando el interpretacionismo moribundo de una nueva Divina Comedia. Se acabó, diría Nicanor Parra, el tiempo de los toros furiosos y las vacas sagradas, los poetas bajaron del Olimpo. Óscar supo hace mucho, yo creo que lo supo siempre, que ese tiempo no había existido nunca. Los ángeles, los poetas, «las camisas de fuerza de Dios».
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Hay una jaula en cada pájaro (Editorial Ya lo dijo Casimiro Parker, Madrid, 2013) es más que un libro de poemas y más que un artefacto perfomativo en el que junto a AMC313 (con Edith Alonso y Antony Maubert) Óscar Curieses nos propone una disolución activa del género, una desestabilización de lo simbólico en tiempos en que las palabras no pueden, sin ser cómplices de lo ominoso y su crueldad, permanecer intactas en el santuario de lo neutral. En Hay una jaula asistimos a otra forma inaugural de enfrentar el desafío de los lenguajes del porvenir, un acto de innegociable valentía frente a lo viejuno de la cobardía retórica periclitada por el uso y el abuso de la propaganda sentimental. Muertas por asfixia y saturación de brillos, luna, tristeza, melancolía y atardeceres, el crepúsculo de los dioses afortunadamente muertos ha sido definitivamente enterrado: «La madre yace muerta ante su madre y el cauce, híbrido, ya espera nueva lluvia en el molde de la tierra exhausta».
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Hablo de lo que no hay que hablar, del deterioro de la poesía en cuyas grietas crece la hierba que ha de volver a enhebrar el cielo. Hablamos de Hay una jaula en cada pájaro, y hablo de él, del poeta Óscar Curieses, que desplazado sabiamente del sujeto de género, próximo a la ambigüedad murmurante de un Juan Rulfo, oye voces en el espejo sin reflejo de lo real inaccesible, esos bulevares del inconsciente que se extienden hacia los terrenos baldíos del ser espiritual tras la puerta lacaniana de lo imaginario y lo simbólico. Óscar es un poeta raro, raramente culto, quiero decir extraño al centro, quiero decir infrecuente en su excepcionalidad, insólito entre lo abundante de los costumbristas y mediocres hábitos tribales de las barriadas líricas. Barriadas, que no barricadas. Conscriptos regulares que no inconsumibles insumisos.
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Eso singulariza a Óscar ciudadano y a su trabajo poético como un empeño de resistencia en las virtudes del pájaro solitario. Todo poema opone un grado de resistencia al propio saber de su escriba, eso es lo que otorga otredad y capacidad negativa al que escribe desde la inversión rotunda, como John Keats, como el múltiple Pessoa, como cada pájaro que huye de su propio vuelo y es el trastrocamiento máximo de la aspiración de libertad, la jaula fósil de lo otro en el yo del pájaro poeta, la prisión del espacio encerrado en la libertad del vuelo, la paradoja del anhelante pájaro portador de la memoria de su propia condena hacia la aspiración del destino utópico en el absoluto de la libertad.
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Se trataría de no equivocarnos (a no ser que lo hiciéramos adrede y por énfasis en las delicias reivindicativas del error) al volar con este Óscar Curieses amigo, poeta y ciudadano pájaro, que todos ya conocemos y queremos. Se trataría, además, de acceder a otro y bien distinto sujeto, una presencia, diría yo, que solo se descubre emboscada entre el sistema dialógico de su creación textual. Es en su productividad de permutaciones, de interferencias, de aplazamientos fragmentarios, de fértiles espacios vacíos, de huecos mallarmenianos, donde deviene de manera constante otro menos reconocible y huidizo sujeto imaginario dedicado al transporte, digamos al tráfico, de nuevas sustancias significativas, de escombros líricos que habiendo perdido su originaria imantación han de volver a ser semantizados. La tarea de Óscar no es fácil: incorporarse al diálogo con lo múltiple heterodoxo desde la perspectiva del que asume el derrumbe de la cultura poética y se hace cargo de sus restos. No para reciclarlos generando el espejismo de los nuevos palacetes del parnaso, sino para construir la realidad del testimonio vigilante ante la catástrofe como único lugar ya digno y habitable frente a los sistemas de dominación.
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No sé si estaré yendo demasiado lejos, pero para mí su voz, las voces de Óscar Curieses, que proceden “de lo larvario”, ya en acertada expresión de Jordi Doce, o “de lo umbilical”, como también lúcidamente las refiere en otro paralelismo Ernesto García López, se constituyen, aunando ambos conceptos, como la presencia súbita de una ancestralidad. La presencia de una lejanía, que diría Paul Celán, un desciframiento de las raíces del vértigo bajo los actos del habla, la conciencia lejana que en lo primordial de los mandatos cabalísticos encuentra revelación en la letra y en las letras, y en la epifanía del texto: «moscas blancas a la deriva. hueso. quizá. nieve en el aire».
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Bien o mal «el que está vestido con mi alma» piensa que sería deseable interpretar esta obra, esta partitura en la que hay una jaula en cada pájaro, sin atisbos de rigor ni pudor; música que se ha salido del surco de los significados para desobedecer lo previsible, para activar su «marea de caballos transparentes» en el territorio de otro sueño, en la zona de peligro donde lo real se enfrenta con las sustancias de la noche y lo despierto, un vagón de ferrocarril en el que Whitman comparte higos de pan con Dario, y Óscar, este curioso Óscar Curieses, tutea al inacabado Cristo con las hipótesis de Buda. Y aquí comienza la aventura de la voz, la Biolencia con «b» de símbolo y sábana, la bienbiolencia, con dos bes, que protege de los actos de fuerza y no acata al que ataca, la voz solar de lo nocturno. La voz que no ejerce supremacía, las voces del imaginario sobre la domesticación y las escrituras del sometimiento retórico, los lenguajes del poder (contra los que habla Gamoneda), todas esas toneladas de poemas muertos que los papeles aún sin desclasificar de la sociología lírica de la más que requetevieja sentimentalidad arrojan cada temporada a las imprentas desde las pantanosas tintas de lo literatoso.
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Hay que decirlo, estamos hartos de la poesía que vivísima en el siglo XIX está requetemuerta en el XXI, y lo que digo, consciente de lo que digo, está dicho en el envés de la poesía concebida como artificio de una identidad biográfica bellamente ilustrada por los adjetivos del prestigio, todo lo contrario a esta escritura de Curieses, insumisa y beligerante, cuya propuesta discursiva avanza a contracorriente del generalizado estilo fúnebre en que se ha convertido el solemne arquetipo de las neurosis del yo. Óscar ha rehuido, junto a otros transgresores y brillantes poetas de su generación, las fórmulas del coleccionismo privado de sonsonetes, el camelo de la facilidad y lo claro como conducta obligatoria de los comisarios líricos. Y eso es hoy algo fundamental, el desafío a las tendencias dominantes, la desobediencia a lo normativo, esos zoológicos repletos de animales embalsamados de los que no cabe esperar otra cosa que la aspiración de pedestal, las antologías de carreras de caballos y el bandolerismo de los premios.
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Hace tiempo que no presentaba un libro, creo que tampoco lo haré esta tarde en los términos que se espera de un ayudante del mentiroso como llamaba Ledo Ivo a los ornitólogos de la traducción del canto de los pájaros y los divulgadores de textos. No, este pájaro, esta jaula, este libro en el que hay una jaula en cada pájaro, no necesita llave que le abra a nadie la puertecita de su conocimiento, ni tampoco que le aporte la clave de su trino al coro de ninguna asamblea lectora. Yo estoy aquí por dos motivos, la alegría y el afecto, por causa de una alegre fraternidad, la de celebrar, sí, efectivamente, con elogio, a quien ha creado con su idioma una diferencia, otra manera de comprender desde los contextos sociales la conciencia y expresión del sentido de su época… No sé explicarlo mejor, pero lo dicho remite a la poética de Óscar Curieses como un acontecimiento singularísimo del habla, de esa otra habla fugitiva de las mansedumbres y la autorreferencialidad, la poesía como forma interior del lenguaje, un acomodo crítico entre lo lingüístico y el pensamiento.
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Los poemas de esta obra de Óscar Curieses funcionan en sentido inverso a la maquinaria discursiva de los tribunales de orden académico, poemas como un esquema figural de la argumentación que suplanta lo real subjetivo por lo irreal objetivo, la inexistencia que toma corporeidad de ser en el lenguaje bajo el impulso humano de la simbolización. No sé si son fáciles o difíciles de entender estas reflexiones sobre su poesía, pero lo que pretenden decir es que la preexistencia de la forma interior del lenguaje en el mundo de lo que llamamos real, la presencia de aquella súbita lejanía se hace presente como acto de habla, escritura del hablante, en cada texto de Óscar, y es testimonio de un paisaje lleno de huellas, «piedra de nieve entre el fuego destructor». La magia de Óscar Curieses está hecha solo para el ciego, es decir, para el vidente, quien verá en los sonidos de la oscuridad el relámpago electroacústico de San Juan de la Cruz, el más moderno de los pájaros solitarios que le hacen compañía en la rama de los herejes, de los expulsados de la razón por los racionalizadores de lo intuitivo y mistérico.
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«Dejad toda esperanza vosotros que entráis a las puertas del Infierno», escribió Dante. «Nadie, te alcanzará aquí, jamás», dejó escrito Óscar Curieses en «el pozo azul de sombra que fue dios», una intuición poética que da sentido y forma exterior a la realidad interiorizada intelectualmente, asumida como mito íntimo, como conciencia verbal de la experimentación constante que ha de ser la poesía si aspira a reconciliar los desafíos de la existencia con el lugar moral de la palabra. Esa es la brillante interferencia de Óscar Curieses ante el daño del mundo, la acción performativa de su discurso ante la banalidad mercantil de lo reproductivo del canon y la preceptiva y los espejismos de la sociología de la receptividad lectora. Nuestro poeta hace saltar en pedazos la acuñación metódica, el poema como convención metafórica de aquello que solo cambia gramaticalmente la realidad de sitio. Su imaginario, más en las metamorfosis del conflicto que en el acomodo a lo previsible, se niega, poema a poema, a configurarse en modismo de estilo, en fraseo de fábrica o runrún métrico. Hay que decirlo, sus animalitos vienen de la misteriosidad de Lorca, de la trompetería de icebergs de Darío, del otoño negro de Machado trasmitido en onda corta para los náufragos del mar de las ensoñaciones.
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Curieses no es un poeta que interponga el lenguaje como suplantación de la realidad, y de ahí su extraordinario interés, y de ahí también la intensa transformación expresiva de sus textos, las presencias ebrias del sentido de otredad y los lenguajes huidizos de la normatividad canónica; es la mediación pitagórica de su cifra en la materia sonora de sus textos, son sus texturas poéticas convergentes con el desafiante desarrollo de las hipótesis de la vanguardia lo que singulariza su poética. Y eso, amigos, en un medio esclerotizado por la rutina, es un acontecimiento, los creyentes dirían un milagro, y los escépticos a toda novedad, siempre tan generosos, no dirán sencillamente nada. Bien, no se trata ahora más que de acompañar al amigo cuyo trabajo uno admira. Pertenezco a la asamblea de los que han renunciado a ejercer todo tipo de autoridad artística sobre los demás, no me encuentro tampoco entre los que con razón o sin ella dejan de decir, guste o no, lo que piensan.
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Óscar Curieses es portador y es donante de un saber poético que reclama el derecho a ser escuchado, a extender la misericordia de sus criaturas vocales, la piedad sonora de su delicadeza, sobre los cuerpos y las conciencias violentadas por la fetidez de las guerras, por la usura de los mercados que han secuestrado la voluntad de la sociedad civil. La poesía como salud de un bien, su poesía, como uno de los últimos discursos no humillantes de la historia de las civilizaciones de cultura. Todos sabemos que hay temas justos encerrados en el universo bienintencionado de los poemas injustos. No es el caso, la belleza revolucionaria hace aquí compañía a la aspiración de lo justo, es el mito universal y cósmico de la luz el que ha salido de la jaula del dios para habitar la inocencia creativa del pájaro, de este emocionante y querido pájaro que en la fuga a toda razón, junto al enamorado celeste y el loco civil, es nuestro amigo y poeta Óscar Curieses.

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2 comentarios:

  1. Interesante, pero siempre he pensado que la mejor manera de conocer a un autor, mejor que leer algo sobre él, es leer un texto suyo. El crítico, mejor que lucirse en erudición, haría bien en seleccionar textos representativos y ofrecérnoslos. De esta manera el lector haría la "cata y cala", un poco como con los jamones o los melones, que quizá es metáfora inadecuada para hablar de literatura, pero para mí es muy importante el estilo del autor, y esto sólo puedo captarlo (degustarlo) leyendo un texto suyo. Pueden hablarme del tema, me pueden decir "de qué va" el libro, pero si no leo un pasaje o un poema (en el caso de la poesía) no me hago una idea cabal. El prefacio es interesante y me ha gustado esa frase de "para ir a donde no sabes debes ir por donde no sabes", pero sinceramente habría preferido leer unos poemas del autor.

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    1. Para gustos, colores. De todas maneras, es el texto de la presentación. Imagino que después leerían poemas. Y para leerlos, nada mejor que comprar el libro.

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