(Universidad Nacional de Costa Rica).- La poesía es un margen de vida. Una perspectiva de identidad para crecer. Un arma de palabra que retoma el viento para marcar destinos. La poesía es un manifiesto del decir desde los frentes vitales. Es de este mundo, pero alcanza otros estadios para fundar una manera de ser y de sentir.
Desde esa coyuntura, el nombre de Ninfa Santos no nos es ajeno ni desconocido, aunque sí lo extrañamos en el cuerpo bibliográfico de la literatura costarricense. Su nombre aparece como uno de los que ha sufrido extrañas exclusiones, quizá por el desconocimiento de su obra, por su independencia paradigmática o por la mezquindad del medio, pues no formó parte de los enlistados en el coro de la oficialidad.
Por esa razón, celebro el número 2 de la revista Hoja en blanco, publicada por Aire en el agua Editores. Tanto su consejo editorial como su director, el artista Álvaro Mata Guillé, reivindican y recuperan el nombre y la obra de Ninfa Santos para la poesía costarricense. Son 41 páginas de honda intensidad, de afirmaciones y rotundidades para abrir el claroscuro de este caso artístico. Álvaro Mata, Antidio Cabal, Fabienne Bradu, cinco poemas y cuatro fotografías de Ninfa Santos, llaman fuertemente la atención para revisar su nombre, tristemente inscrito en la casa de los olvidos de nuestra nacionalidad.
El caso de Ninfa Santos (1916-1990) se asemeja, sin duda, al de Eunice Odio (1919-1974) en múltiples facetas. Con mucha honra, soy coautor de la segunda tesis costarricense dedicada a su obra, intitulada El acento corporal en Los elementos terrestres de Eunice Odio.
Antidio Cabal repasa el cuerpo bibliográfico costarricense, donde la tónica con Ninfa Santos ha sido la exclusión de su nombre y de su obra dentro del registro poético nacional. Ninfa Santos publicó su único libro Amor quiere que muera, en México, en 1949, es decir, hace 56 años. Uno se pregunta con asombro, ¿cuándo publicarán dicho libro las instituciones oficiales costarricenses?
¿Por qué se oculta un nombre y una obra? Recuérdese, en esa misma línea, que el libro de estreno de Eunice Odio: Los elementos terrestres (Guatemala, 1948) no se reeditó en el país, sino en 1984, es decir, 37 años después. Es extraño, en las Obras Completas de Eunice Odio, no he encontrado mención alguna sobre Ninfa Santos, a pesar de que ambas vivieron en México...
Ninfa Santos tuvo una vida accidentada, producto de una infancia difícil, debido a la ausencia de la figura materna desde los tres años, en virtud de lo cual, su padre delegó esa responsabilidad en su hermana -la tía Ninfa-, mujer estéril e inflexible.
La creadora Ninfa Santos vivió en Guanacaste, en la hacienda “La América”, de donde huye, cansada de los rígidos preceptos y castigos, por ejemplo, permanecer encamada durante largos periodos. Aparte de esas aflicciones, el destino se ensañó contra ella, y padeció artritis, enfermedad que deterioró su imagen e identidad corporales y restringió su capacidad de movimiento.
Su extenso peregrinaje de vida incluyó San José, Liberia, México, Estados Unidos e Italia. Sin duda, una vida muy agitada, en años igualmente convulsos. En 1965 conoció a Ernesto Ché Guevara, en Nueva York.
Casó con Ermilo Abreu Gómez, con quien mantuvo una relación difícil; procreó a su hija Juana Inés (1939). Se divorcia de él, cuando la descalificó de sus responsabilidades maternas. Su hija casó con Bernardo Díaz -bisnieto de Porfirio Díaz- y ella guardó el secreto de los jóvenes, lo que enojó a Ermilo Abreu Gómez.
Ninfa se hospedó en México, al inicio, en casa de su tía Lupe, pero abandona ese espacio, debido a los sometimientos, altamente restrictivos, que pretendía imponerle su tía.
En 1953 trabaja como auxiliar en la delegación de México ante la Organización de los Estados Americanos. Allí inició su carrera diplomática. En 1958 es ascendida a Vicecónsul. En 1963 viaja a Nueva York. En 1967 llegó a Roma (Italia), donde vivió trece años. Regresa a México, donde fallece el 26 de julio de 1990.
Su matrimonio con Abreu Gómez y su ámbito laboral le permitieron cultivar amistades literarias de prestigio, a saber: Octavio Paz, Augusto Monterroso, Alfonso Reyes, Ernesto Mejía Sánchez, Ernesto Cardenal, Rosario Castellanos, Juan Rulfo, Rafael Alberti, María Teresa León, Juan Ramón Jiménez, Emilio Carballido, Alice Rahon, Ricardo Garibay, Tomás Segovia, Michèle Albán, Jorge Rigol, Salomón de la Selva, Xavier Villaurrutia, Efrén Hernández, Rodolfo Usigli, Margarita Michelena, Agustín Lazo, Marco Antonio Millán, Juan de la Cabada o María Asúnsulo.
Varios embajadores le ayudaron en su gestión diplomática: Luis Quintanilla, Mauricio González de la Garza, Gómez Robledo y Augusto Villanueva.
El nombre de su libro Amor quiere que muera, es un intertexto de Garcilaso de la Vega, con función paratextual: “Amor quiere que muera sin reparo”. Su edición estuvo patrocinada por la revista América y fue editado por el Departamento de Divulgación de la Secretaría de Educación Pública de México, en 1949. Alcanzó una tirada de 500 ejemplares numerados. Es decir, Ninfa Santos publica su poemario a los 33 años de edad, pero 56 años después, el libro es prácticamente desconocido en nuestro país ¿Cuándo habrá una edición nacional? ¿Cuesta tanto? ¿Van a continuar negándola? ¿Qué le cobran a la creadora costarricense?
El Maestro Joaquín García Monge le publicó a Ninfa Santos en Repertorio americano (vol. 48, número 4, página 57, marzo de 1953). El escritor chileno Alberto Baeza Flores expresa: “Y esta sola página es la que fundamenta y alimenta, en Costa Rica, el nombre de Ninfa Santos” (Baeza Flores, 1978: 177). El crítico sudamericano le dedica tres páginas (177 a 179) a la obra de Ninfa Santos en su libro Evolución de la poesía costarricense.
En julio de 1984, con motivo del Segundo Simposio ‘Evaluación de la literatura femenina de Latinoamérica en el Siglo XX’ edité el suplemento: ‘Presencia femenina en la literatura costarricense del siglo XX’, en la revista Hojas de Guanacaste, nº 12, con un foliaje de 1.000 ejemplares, donde incluí a 45 autoras en 34 páginas; dos de ellas, la 4 y 5 fueron dedicadas a Ninfa Santos, con sus textos ‘Mi corazón entre sauces’ y ‘Anacostia’. Aún recuerdo la emoción del poeta argentino Rubén Vela, al observar la circulación internacional de la revista durante dicho simposio.
En 1985, hace dos decenios, el libro de Ninfa Santos tuvo otra edición en México, a cargo de Alejandro Finisterre. El M. Ph. Víctor Alvarado y el escritor Álvaro Mata han tenido la gentileza en obsequiarme un ejemplar policopiado de esta segunda edición del poemario de Ninfa Santos. El dibujo de la portada es de su nieta, Paloma Díaz Abreu.
El acento poético de Ninfa Santos
Su obra tiene el acento de la poesía amatoria, sin embargo, alude a diversas acciones verbales de castigo: apartar, cerrar, arrancar, destrozar, cegar, perseguir, quemar, aventar “hasta un país donde nunca te acerques” (p.19).
La hablante no escinde su sentimiento, sino que es enfática en su declaración “AMARTE, darme a mi dolor de ti, / a la amarga conciencia de mi duelo” (p. 11). La entrega corporal se convierte en un reclamo, donde cada parte del descubrimiento del cuerpo se menciona para concluir un sistema recolectivo: piernas, hombros, dedos, manos, pelo: “Y recorrerme toda, / tan pequeña, / crecida hoy / de lágrimas y duelos” (p. 12).
Apela al consuelo de una flor para colocarla sobre “el pecho de tu ternura muerta”. La desgarran los sitios recorridos con el amado, por ello, acude a elementos de autoagresión como morir, perderme, destrozarme, huir “donde tu nombre no se me vuelva angustia” (p. 13).
La angustia de la voz lírica es acezante y el verso que lo confirma es de una alta intensidad: “Esta jauría que has soltado en mi pecho / es el dolor”, por eso reclama su duelo: “si te dura una parte de mi angustia / por mirarte ser hombre, / no mi intacto sepulcro”.
La hablante lírica se refiere a otra corporalidad: “y no vigilo el odio de mis manos (...) / esclavas y mendigas, / de nuevo hacia tu rostro” (p.16). En el orbe lírico de Ninfa Santos hay una apuesta de cernida luz: “No estoy llorando por él, / me estoy llorando yo misma”. Es decir, clama por su feminidad.
La conjugación de elementos vegetales lleva a la hablante lírica a expresar una síntesis llena de pesimismo “Tal es mi juventud y junto a ella, / detrás de esta miseria, tu fantasma” (p. 18).
La mirada sobre el amado se corporeiza “Ya se afilan mis dedos en la angustia / de acariciar tu ausencia y poseerla” (p. 19). Según Roland Barthes, en esa dimensión: “exploro el cuerpo del otro como si quisiera ver lo que tiene dentro, como si la causa mecánica de mi deseo estuviera en el cuerpo adverso” (Barthes, 1999: 80). “Toda mi llaga se retuerce y gime, / se destroza, aniquila y agiganta; / todo mi ser arrodillado ruega, /clama, implora, se humilla, se desangra” (p.19).
La ausencia de palabras por parte del amado es recurrente, un vacío estelar que opera como un vector fonocéntrico. La amada reclama lo no dicho:
“lo que no dijimos y era nuestro
y nos pertenecía y nunca usamos (...)
donde mi soledad se golpea y se hiere (...)
para hacerte bajar la mirada de piedra
y tomarme y destruirme” (pp. 21 y 23).
La separación de sus raíces encuentra eco en su poesía y refleja su sentir de cara a un proceso desidentitatario, a una fortísima impersonalización: “Ahora me iré a una ciudad lejana / de hombres extraños que hablan extraña lengua” (p. 29). Sabe que habrá indiferencia, por eso los ignorará: “Así como ellos ignorarán este largo sollozo / que camina, sonríe, se detiene, pasa” (p.24).
En Amor quiere que muera, de la costarricense Ninfa Santos, existe una recurrencia con el rostro del hombre. Para la amada, es un rostro tierno de sueño; sus brazos del alma tantean ciegos, vacíos, en busca “de tu rostro inalcanzable”.
Su desgarramiento amatorio es intenso. Pregunta al tú lírico, pero inherentemente responde “¿quién te llora hoy, / cuando yo me he quedado sin lágrimas” (p. 29). Su dolorido sentir es un sortilegio “¿cómo me dueles / ahora / que se ha partido / mi sueño” (p.37). Existe una indagación entristecida y delicada; breve, pero llena de rotundidad.
En síntesis, el universo poético de Ninfa Santos, quien durante su infancia vivió en Liberia, Guanacaste, le canta a la cotidianeidad: gotas, tardes, tristezas, vientos. Quiere ir a ‘Anacostia’, un lugar en el corazón, en el silencio, en la voz del sueño y la verdad: “Dicen que un río oscuro / te atraviesa / en el centro” (p. 49).
El sistema de significados poéticos, en Amor quiere que muera, ofrece imágenes sensoriales que reinvindican el descubrimiento integral del cuerpo y, a partir de dicho eje, el proceso comunicativo de los elementos femeninos y masculinos muestran expresiones sensuales, así como la evocación de imágenes y símbolos de lo erótico y sexual, propios del deseo, producto de su cosmovisión amatoria y de su experiencia integral de la sexualidad.
Amor quiere que muera, de Ninfa Santos (1916-1990) consta de 19 textos poéticos que signan un hallazgo en la palabra, a pesar de la dolorosa ubicuidad de su vida. En ella suenan las campanillas de Gustavo Adolfo Bécquer. Los sauces incrustan el corazón en ‘Anacostia’ y en la ciudad lejana de los pañuelos blancos.
La aportación de la revista Hoja en blanco, número 2, es de singular trascendencia. Agradecemos a su Consejo Editorial, integrado por Irene Sancho, Marco Mendoza, Guadalupe Elizalde -escritora mexicana, a quien atendimos durante su visita a Costa Rica-, así como el filósofo Víctor Alvarado, la colaboración especial de Antidio Cabal y a Álvaro Mata Guillé, su editor.
Expresamos un profundo reconocimiento a la escritora francesa Fabienne Bradu (1954), por su libro Damas del corazón (Fondo de Cultura Económica, México, 1994 y 1996), en él le dedica 59 páginas intensas al retrato biográfico de Ninfa Santos e incluye 12 fotografías...
La síntesis que inserta el número 2 de la revista Hoja en blanco debe ser el primer homenaje costarricense, a quince años de la muerte de Ninfa Santos, porque su obra merece ser divulgada.
El Centro Literario de Guanacaste (20-3-1974) se suma a él con gran complacencia y con hondo compromiso espiritual. Asimismo, en la Universidad Nacional de Costa Rica, he incorporado la obra de Ninfa Santos dentro de los contenidos programáticos del curso ‘Escritoras centroamericanas del siglo XX’, en el área de Estudios Generales. Por otra parte, esta ponencia para la revista electrónica española Asamblea de palabras, del escritor Francisco Cenamor, será una ventana difusora.
Sepan, estimados amigos, que el número 2 de la revista Hoja en blanco marca un paso decisivo para la recuperación histórica de otro de los nombres femeninos relevantes, pero marginados inexplicablemente…
Otros poemas de Eunice Odio y artículos sobre su obra
Me encantó la página que le dedica a Ninfa Santos. Escuché siempre hablar de ella con una gran admiración en casa del poeta Otto Raúl González, pero no encuentro su libro por parte alguna. Usted sería tan amable de informarme si en México aun se puede conseguir?
ResponderEliminarMe gustaría escribir sobrte ella
Atentamente
Marina Azuela
Imagino que será complicado encontrarlo en México. En España existe el catálogo del ISBN donde se encuentra la información de todos los libros editados, no sé si habrá algo equivalente en México.
ResponderEliminarDe todas maneras, tal vez sea más sencillo que te dirijas al autor del artículo, al final del mismo viene su correo.
Un saludo.
Es la sengunda vez que leo que Ninfa vivió en la finca América, no es así, como que alguien quiere borrar donde vivió...
ResponderEliminarPues lo mejor, si tienes información fiable, es aportarla.
Eliminar