El día del juicio es el día en que el juicio vuelve.
Dibujas y el día se raja
cuando abres un cajón y una foto se desliza en tu presencia:
Estás ahí con un trajecito azul (que no recuerdas)
y tu hermano, el muerto, el que se tiró de una ventana
tiene el mismo brazo largo de tu hija
y el mismo perfil curvo. Rozagante.
Apenas se ve un pie sobre la playa: es de tu padre.
Como si fuera la punta
de la extensión de un pulpo.
Somos pequeños, decimos animales,
sucedió en un momento antes y después de las banderas.
Antes mucho antes de Edimburgo.
¿Cómo será el hostal en el que te arrojaste
y las escaleras de las que se quejaba el más grande de los glotones?
Tengo tu nota suicida, me la envió un detective compasivo.
Tengo tu acta de defunción,
me la envió una poeta que vigiló la muerte
de un pulpo semejante a aquel que tuvimos por padre. Ella, como buena
etóloga lo envió pronto y con una nota.
Llamas a Londres y le dices
Papá no, no se cayó del árbol que podaba en lugar de jugar una partida brillante.
"Your brother took his own life" me dice por teléfono
alguien amable y escocés. "He jumped fron the window", "I'm terryble sorry".
No jugó el Blitzkrieg de los aires. No lo mató que su novia -bonita, muda y frágil-
se marchara.
Tal vez sí las hermosas caras de sus hijos a los que dejó con una vecina
seis años antes aunque no aparecen en la nota
y sólo se disculpa con extraños.
Lo mató la extensión de un pulpo casi cuarenta años antes de morir.
Se tiró por la ventana un día antes del aniversario de bodas de sus padres
(aunque nadie más lo recordara, pero
yo soy buena para las fechas)
¿No está aquí también el paisaje?
Mientras me baño, al alcance de la mano está el pico de chupamirto
inclinado hacia arriba. Pero Charlie no sabía nada de pájaros
aunque lo hubieran retratado con una paloma en el hombro.
Sabía jugar ajedrez y sabía derrotarte.
Papá, un niño que te idolatra nunca va a vencerte. Jaque-Mate.
Charlie, si el paisaje y su latido de pájaro hubieran entrado en la escena,
si como yo hubieras temidos a los pulpos,
pero aprendiste a leer con un libro sobre la Segunda Guerra.
Yo aprendí con un libro sobre rebaños y pastores,
a la edad en que aparecemos en la foto,
tan cerca del mar, a un paso del pulpo, rubios del sol.
Para mí había un atajo: el paisaje,
el rebaño, el ser niña, la aversión a los moluscos, el amor
por los huérfanos de Villalongín, el miedo,
la memoria de las fechas, respetar lo invisible que es ya algo
y vaporosa antesala de algo que aún no sucede. Las frases.
Incluso las frases de tu acta de defunción: 43 años, jardinero.
Ah... y los dibujos, incluso el tulipán al reverso de tu acta.
Y el color verde.
Valerie Mejer en de la ola, el atajo (Amargord Ediciones, Madrid, 2009).
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