En la tierra sin mapas y sin nombres
los rudimentos de materia viva
autocatalizaban su estructura
apenas difiriendo de lo inerte.
Aires caliginosos contorneaban
las rocas frescas, jóvenes de arena,
y las aguas de erguidos almenajes
levantaban y hundían los macizos.
Pero ya trabajabas.
Antes, cuando la tierra confundida
en algún otro globo
iba por el camino inexorable
huérfana de algún yo que sospechara
que en futuros muy largos nacería,
minúsculo en su ruina y ambiciones,
el hombre destinado a inteligirte,
ya estabas trabajando:
sin odios ni piedades,
sin metas y sin plan ya trabajabas.
Y antes aun,
en los retros canosos,
cuando todos los mundos no eran sino
nubes de polvo cósmico flotante
que ibas tú disponiendo en torbellinos,
ciñéndolos en órbitas prisiones
y en lumbreras celestes coagulando,
ya estabas trabajando.
Y con las otras islas de universos,
en el espacio innúmeras gigante,
aplicabas tu regla sin fatiga,
en tu trabajo siempre trabajando.
En las pasmosas datas iniciales
los semilleros polvos vagabundos
crecían en tus manos y aventabas
y formabas espacio en sus perfiles.
Pero ya atrás,
allá donde se mueren
las alocadas imaginaciones,
cuando tan sólo un átomo pulsante
quitaba soledades al vacío,
del centro de la esfera sin contornos,
por el espacio puro,
ya estabas dedicada a tu trabajo.
Y antes de todo atrás, cuando no había
ni esa brizna perdida en la negrura,
antes de todo tiempo y todo margen,
ya estabas trabajando, trabajando.
Sola en la nada, en soledades,
en la nada absoluta,
en no fetales cosmos,
tu presente sin fin ya trabajaba.
En el vacío pleno, abandonado,
no eras siquiera un dios contemplativo
con el presente abierto hacia adelante,
ni sobrenatural naturaleza.
Paciente y misteriosa desde el fondo
de las oscuridades más profundas
venías trabajando,
venías trabajando
de tu pasado más allá del tiempo.
Intraducible, muda e invisible
desde aquel insonoro disimulo.
Y no eras dios.
Y no eras creadora.
Eras tan sólo el orden de la nada.
Pero al orden del cero corrompías
con el desorden mínimo del uno,
y el desorden del dos, y el de la serie.
Eras dueña del caos,
madre de los conciertos estadísticos
y de las incertidumbres gigantescas:
una ley solamente.
Manuel Graña Etcheverry en Poemas para físicos nucleares (Ediciones del copista, Córdoba, Argentina, 2003).
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