Yo era el hijo del portero.
Al abrir la puerta
del cuarto de contadores
apareció el salón
gran salón lujoso.
Tú tocabas
el piano
y me sonreías.
Fuera en la calle
caían las bombas
del Fondo
Monetario
Internacional
y se prostituían
viejas mujeres desdentadas.
En un hueco oscuro
lleno de telarañas
y olvido
tocabas una canción
muy dura muy tierna.
Y me sonreías
a través del ámbar oscuro
de tus ojos.
No te volveré a ver.
Lo se.
DSM en La calma (Sentimientos sobre el papel, s. a.).
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