sábado, 16 de diciembre de 2023

Poema del día: "Las ruinas del corazón", de Eric Gamalinda (Filipinas, 1956)

Juana la Loca se casó con el hombre más guapo de España
y ese fue el fin, porque cuando te casas con un hombre

más bello que tú, dicen que se pierde bastante el control
de la situación. ¿Habrá escuchado alguna vez? No. Cuando él estaba fuera

anexando más reinos, ella tenía sueños horribles
de que lo cortaban o lo volaban, o que lo ponían en el potro,

o que dormía con mujeres exóticas. Ella rezaba a los guardianes gemelos
de la Alhambra, Santa Úrsula y Santa Susana, para que lo vuelvan a casa

y le hagan quedarse por siempre. Y ellos contestaron a sus rezos,
y mataron a Felipe el Hermoso a los veintiocho.

Juana la Loca estaba a su lado con dolor, y envolvió
su cuerpo con aceites y lavanda, y lo acostó en un ataúd de plomo,

y construyó una efigie de mármol del joven monarca durmiendo,
y a su lado la figura de ella misma muerta, para que él nunca pensara

que estaba solo. Y mantuvo el cuerpo a su lado, y todos los días
durante los próximos veinte años mientras las fragantes pócimas llenaban las habitaciones,

echaba una ojeada en su ataúd como un chef ojea en su perol
y los recuerdos de su cuerpo joven despertaban su inflexible deseo.

Ella quería poseerlo enteramente, y ya que ni la muerte podía
oponerse a la reina, encontró la manera de fundir muerte y vida

comiéndose un pedazo de Felipe, lenta, amorosamente, hasta que estuvo enteramente
en su ser. Cortó un dedo y masticó la piel fragante,

después rebanó gruesas porciones de sus alguna vez robustas mejillas. Después se comió
una oreja, y después un lado del muslo, luego se abalanzó sobre un ojo,

un riñón, parte del intestino grueso, y los sólidos músculos
del pecho. Luego cortó trozos de su pene

y de sus testículos de piedra y lo lavó todo
con jerez dulce. Entonces decidió que estaba lista para morir.

Pero antes de hacerlo, le pidió a los poetas que registraran estos momentos
en una canción, y a los arquitectos grabar la música en mármol

y que el mármol fuera extraído de las más secretas venas
de la tierra y colocado donde ningún hombre pudiera verlo,

porque ésa es la naturaleza del amor, porque uno camina sólo
por las ruinas del corazón, porque el día fluye hacia la noche,

porque el joven debe dormir con los ojos abiertos,
porque los ángeles tiemblan con tanta belleza,

porque ella extiende sus manos a la lluvia,
porque el recuerdo se mueve en órbitas de ausencia,
más profundo y más radiante que la luz inflexible del dolor.

Eric Gamalinda, incluido en Lo último de Filipinas. Antología poética  (Huerga y Fierro editores, Madrid, 2001, selec. de Jaime B. Rosa, trad. de Ellyde Maestre).

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