En el miadero,
largo y solemne como un abrevadero de caballos,
los hombres levitan como iluminados.
Se hincan,
echan a beber la bestia fabulosa;
alguien alarga su sexo como una dádiva:
esa cabrona dama de la caridad.
En el miadero los hombres cierran filas,
se empapan en orines,
untan los muslos
y se abrazan como en el último día del Sexo.
Triste abrevadero de caballos
donde las miradas corren en declive
y las manos,
inocentes y abyectas,
se encienden de barroca necesidad.
Ahí, entre paredes garrapateadas,
los cuerpos chocan contra sus sombras.
Los mingitorios callan supersticiosamente.
Triste, triste abrevadero de caballos:
el sonido de los chorros recrea la furia,
no hay tiempo para las grandes pasiones,
brincan los niños,
enloquecen.
Juan Carlos Bautista, incluido en Arquitrave (nº 67, abril-junio de 2017, Colombia).
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