Oh, cuando era una desastrada virgencita
me sentaba a arrancarme las costras de las rodillas
y soñaba con algún treintañero
y sin hacer nada hacía lo que quería.
Una mujer se hace mayor y engendra,
tener y recibir es el femenino de vivir.
Lo sabía, lo sabía incluso entonces:
¿qué tenía yo que pudiera dar?
Un cáliz rebosante, un cuerno de abundancia
lleno de más cosas de las que puede contener,
pero la leche y la miel se acabarán,
se quedará vacío, según se hace mayor.
Más dentro que el sexo o incluso el vientre,
en lo más íntimo sigue la niña intacta,
la desastrada virgencita que se sienta y sueña
y no tiene nada que ver con la realidad.
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