No todo el mundo tiene gencianas en su casa,
en el dulce setiembre,
allá por el triste día de San Miguel.
Gencianas de Baviera, grandes y oscuras, sólo oscuras,
oscureciendo el día como antorchas, con el azul humeante de los lóbregos antros de Plutón,
ribeteadas gencianas como antorchas con una lumbrarada de oscuridad,
propagadoras, difundidoras de un azul
alisado por abajo en puntas, alisado, barrido por la blancura del día,
oh flor-antorcha de esa profunda oscuridad donde el azul humea, del reino estupefacto, azul oscuro del oscuro Plutón,
oh negras lámparas de los antros de Dío, donde se quema el más lóbrego azul,
que irradiáis oscuridad, azul oscuridad, lo mismo que las pálidas lámparas de Deméter irradian luz:
conducidme, guiadme en mi camino.
Dadme una genciana, dadme una antorcha,
me he de guiar por esta azul antorcha bifurcada, por esta flor,
para bajar las escaleras oscuras, cada vez más oscuras, donde el azul aún se oscurece hasta el azul total,
allí donde ahora Perséfona camina, huyendo sigilosa de los súbitos fríos de setiembre,
hasta ese ciego reino donde la oscuridad vela sobre lo oscuro,
donde Perséfona ya no es más que una voz,
o una invisible y densa oscuridad, envuelta en la calígine
de los brazos plutónicos, y atravesada por la pasión de la densa lobreguez,
entre el esplendor de las opacas antorchas de tiniebla que proyectan su oscuridad sobre la perdida esposa, sobre el esposo.
D. H. Lawrence, incluido en Antología de poetas ingleses modernos (Editorial Gredos, Madrid, 1963, trad. de José Antonio Muñoz Rojas).
Otros poemas de D. H. Lawrence
Dadme una genciana, dadme una antorcha,
ResponderEliminarme he de guiar por esta azul antorcha bifurcada, por esta flor,
para bajar las escaleras oscuras, cada vez más oscuras, donde el azul aún se oscurece hasta el azul total,
allí donde ahora Perséfona camina, huyendo sigilosa de los súbitos fríos de setiembre,
hasta ese ciego reino donde la oscuridad vela sobre lo oscuro,
donde Perséfona ya no es más que una voz,
o una invisible y densa oscuridad, envuelta en la calígine
de los brazos plutónicos, y atravesada por la pasión de la densa lobreguez,
entre el esplendor de las opacas antorchas de tiniebla que proyectan su oscuridad sobre la perdida esposa, sobre el esposo.
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lúgubre y aun el sórdido drama impúdico del dolor como una espina succionando la sangre por la herida abierta. El silencio ahuyenta una sonrisa y ahueca más la mueca en un rictus de dureza, en esos abismos insondables; donde duermen las estrellas...
Buena inspiración.
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