(leer poniendo el móvil en horizontal)
Se oyó de noche
a la casa desamparada que no se habita,
morada para la salvación de almas.
Era la escucha florida, el aliento de un dios
que aún no ha sido nombrado,
pero que desde años ayer se siente.
Flores carnales provocan cantos llanos,
hundidos como la sepultura del tiempo,
cuando el sol, que vino de otra parte, se queda
a dejar memoria de sí, ofrenda
para el Mar que nace.
Truena el hilo,
llora la tarde
y caminos vírgenes se forman;
ya vendrá el guijarro a señalar el cierzo
que habrá de parir nuestro encuentro.
Entonces,
se hinchan los carrillos, se adornan las narices, se echan suertes y sacrifican labios.
Así, brota la historia antigua tejida con todos los cantos
que se conciben ahora en tu vientre, palabra preñada,
sonar de lo que se huella.
Ya la leña verde cruje cuando le echan fuego y no quiere arder,
cuando quien da voces, nos llama
en ecos risueños de una habitación vacía.
Nuestro suelo no nació en la tierra,
hoy en remansos
lo sabemos:
su voz, la nuestra, es el ruido del chorro de agua
que cae sobre otro.
Somos agua,
como la lengua,
fluyendo y viva.
Melissa del Mar, incluido en Novísimas. Reunión de poetas mexicanas (1989-1999) (Los libros del perro, México, 2020, ed. de Zel Cabrera).
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