viernes, 10 de febrero de 2023

Poema del día: "Descripción de la guerra de Guernica", de Carlos de Oliveira (Portugal, 1921-1981)

I
Entra por la ventana
el ángel campesino;
con la tercera luz en la mano;
minucioso, habituado
a los interiores de cereal,
a las herramientas
que duermen en el hollín;
sus ojos rurales
no comprenden bien los símbolos
de esta cosecha: hélices,
motores furiosos;
y estira más el brazo; planta
en el aire, como un árbol,
la llama de la lámpara.

II
Las otras dos luces
son uniformes, ofuscantes;
recuerdan la cal, el zinc blanco
en las canteras;
o en los umbrales
de piedra labrada; bruscamente;
ardiendo; existe el mismo
blanco en la lámpara del techo;
el mismo zinc
en las máquinas que vuelan
fabricando el incendio; y así,
por todas partes,
la misma cal mecánica
vibra sus cuchillos.

III
Arriba; a la izquierda;
donde aparece
la línea de la garganta,
la curva distendida como
la gráfica de un grito;
el sonido es imposible; lo impide por lo menos
el animal humeante;
con el peso de las patas, con los largos
músculos negros; sin olvidar
la sal silenciosa
en otro corazón:
por encima de él; inútil; la mano de esta
mujer de rodillas
entre las piernas del toro.

IV
Abajo, contra el suelo
de ladrillo quemado,
los fragmentos de una estatua;
¿o el constructor de la casa
ya sin hilo de plomada,
barro, siestas pobres? ¿quién
intentó salvar el día,
su residuo
de gente y pocos bienes? ¿oponerse
a la química de la guerra,
a los reactivos que disuelven
la construcción, las trabes,
esta daga,
esta palabra arcaica?

V
Mesa, madera puesta
cerca de los hombres; por el corte
del cepillo,
la lija áspera
la cera sobre el resanador, los nudos;
y dedos tocando
las últimas rugosidades;
lentamente; con el amor
del carpintero hacia el objeto
que nació
para vivir en la casa;
en el sitio destinado hace mucho;
como si fuese, casi,
un niño de la familia.

VI
El pájaro; su anatomía
rápida; forma llena de prisa,
que se condensa sólo lo bastante
para ser visible en el cielo,
sin herirlo;
modelo de otros vuelos; nubes;
y viento leve, hojas;
ahora, atónito, abre las alas
en el desierto de la mesa;
intenta gritarles a las falsas aves
que la muerte es diferente:
cruzar el cielo con la suavidad
de un rumor y desaparecer.

VII
Caballo; reproductor
de luz en los prados; cuando
respira, los bronquios;
dos relinchidos de suero; exhalan
esa niebla
que el primer sol transforma
en una crin trémula
sobre pastos y yeguas; pero aquí
lo marcó el hierro
de los labradores que el ángel ignora;
y lo endurece de tal modo
que se entrega; como las bestias bíblicas;
al tétano, al furor.

VIII
Otra mujer: el susto
entrando en la pesadilla;
la oprime el aire; y cada paso
es solamente peso: senos
de donde los pezones hacen caer,
gotas duras
de leche y miedo; casi piedras;
memoria que tropieza
en árboles, parientes,
en un descampado lento;
y amor también:
especie de peso que produce
por dentro de la mujer
los mismos pasos densos.

IX
Casas deshidratadas
en el alto horno; y mirándolas,
momentos antes de caer,
el ángel desolado
piensa entre detritus
sin ningún núcleo o agua,
¿cómo anunciar
otra vez el milagro de las salas;
de los cuartos; que crecen cisco
a cisco, hijo a hijo?
Las máquinas extrañas,
los motores con sed, ni siquiera
bebieron el espíritu de mis casas;
lo evaporaron solamente.

X
El incendio baja;
del ángulo superior derecho;
sobre los áticos
los peldaños de las escaleras
oscilando;
hélices, vibraciones, golpean los cimientos;
y el fuego, veloz ahora, los raja, desmorona
toda la arquitectura;
las paredes áridas se desploman
pero su dibujo
sobrevive en el aire; lo sostiene
la tercera mujer; la última; con los brazos
alzados; con el sudor de la estrella
tatuada en la frente.

Carlos de Oliveira en Entre duas Memórias (1971), incluido en Antología breve de la poesía portuguesa del siglo XX (Instituto Politécnico Nacional, México, 1998, selec. y trad. de Mario Morales Castro).


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