Los hombres inflables se desplazan en grupo, pegados unos a otros para que no se les confunda, aparentemente lúcidos e incrédulos. Conversan lentamente entre ellos.
De lejos, parece que no se mueven, que son bancos de arena.
O bien, se diría que su vuelo es un desvío, y sólo cuando cada uno de sus gestos es estudiado desde un ángulo preciso, después de largas frases, se adivina su trayectoria.
(Es difícil saber, sin embargo, dónde están verdaderamente : ¿qué decir de alguien que se vé arriba de la Bahía de Hudson o del Canal Saint-Georges a esta hora?)
A la caída de la noche, los hombres inflables no tienen miedo, se desprenden de sus lazos y se dispersan. Gritan como si se tumbaran árboles. Algunos descienden peligrosamente, cerca del suelo, y van a dormir bajo las cornisas. En efecto, no son los más precisos.
Está dicho que las arqueras esperan ese momento - en que ellos se dispersan, en que son todavía visibles - para escogerlos.
Nadie sabe con certeza al cabo de cuánto tiempo cae un hombre inflable. En la espera, la arquera que lo ha escogido puede pensar cómo era él justo antes de caer. A menudo la arquera sólo dispone de unos segundos para hallar una actitud y hacer como si allí no hubiera nada para ella.
A veces, la caída dura largo tiempo y la arquera olvida al hombre que espera, aunque se vuelve sincera o simplemente ausente cuando él está ahí.
En realidad, las arqueras optan raras veces por la indiferencia: la mayor parte del tiempo esconden a los hombres que encuentran en sus mangas y les hacen una especie de boca-a-boca que los devuelve a la vida, a sus riesgos y peligros.
Pascale Petit, incluido en Poesía francesa actual (Biblioteca digital, República Dominicana, 2009).
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