Te voy girando a negros los acueductos que a mi sien otean,
los minutos que piden limosna de reposo en el atrio de la metralla,
aquellos ventanales ya desiertos, ya poblados de nadas y rosales,
de blancos en templanza y cayados esquivos de sirenas.
Ya no tengo ni temo aquella voz que a nidos me sabía,
la encrucijada tenue donde el amor tenía riegos de oro
y tristes juegos de lo que no se anuncia en fechas ni almanaques.
Venía un mar andando con muletas de antiguos combatientes
y de sus arpas mudas se elevaban columnas de ya no sé qué gritos
cuando en las tardes nuestras nos llevaba una isla de paseo.
Todo para no ser lo que queríamos,
para dejar encima de tus labios
las cumbres, las acequias, mariposas de menta y verbos rojos.
Hoy me pule el lejos de tu reducto de llamas,
el armazón del eco de tus pendientes
a sotavento de las espumas hipnóticas del pájaro del sueño
y su lazarillo de ciegos escalofríos.
Y lo mismo el broche de presión con que lacra tu boca
pliegos de una aritmética de ternura,
que tus almíbares escorados en los arrecifes de la nostalgia,
que los lobos hambrientos con que la presa del goce
retornan por los desfiladeros de las caricias,
se ensombrecen como el aroma, como el sonido, como el llanto y el ademán
si se hacen presentes tus ojeras en las violetas crepusculares.
Y quedas tú, en la noche cerrada de la ausencia,
como un vendaje de alcanfor:
única bandera de claridad victoriosa
en medio del olvido.
Pedro García Cabrera, incluido en Poesía surrealista en español (Éditions de la Sirène, París, 2002, ed. de Ángel Pariente).
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