Me diste tu corazón,
una masa de fibras que debo escardar
y hervir hasta la médula. Coagulan
el fondo y las paredes de mi más pesada
marmita -con secuelas espesas
de raíces, su dulce leche manchada
de azul, por encima del saber mundano. Cuentas
de sudor transitan por mis brazos, mi nuca,
mientras me inclino casi sin aliento
hacia la mezcla que cuaja como geografía,
como un silencio tierno e
incorruptible, toco el cucharón, su mango
de madera reluce con bálsamo de esfuerzos
pacientes. En el calor del verano
serviré el dulce en el plato,
instruyendo a la lengua para que se demorara
en el corazón morado, ya frío
y vertido de su molde de cobre-
recordando cómo lo hago, cómo algo que se ha dado
sin dolor, o se ha tomado de prisa de sí mismo
debe guardarse lo más cercanamente contra futuras
hambres; cómo se congela de repente
la promesa de un final irreductible y satisfactorio
volviéndose más exuberante, más absoluta
y generosamente fatal.
María Luisa B. Aguilar-Cariño, incluido en Lo último de Filipinas. Antología poética (Huerga y Fierro editores, Madrid, 2001, selec. de Jaime B. Rosa, trad. de Ellyde Maestre).
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