El ojo frío del armisticio no está protegido por cristales. Sólo las rosas se ladean cansadas en los diagramas de la amistad a veces con una lágrima y a veces con una sonrisa trenzada en los bordes del débil poblado. Naturalmente unas poleas en vez de los teñidores se apoderan de las almas de los nuevos vasos de la rubia playa y sobre su blanca redecilla una mujer afortunadamente despierta rompe las últimas almendras de la noche. Todos los demás trozos reunidos no bastaron para erigir como se debía y como lo deseaban el edificio de dos cimas porque en su extremidad hacía milagros el ubérrimo árbol de la oscuridad.
Andreas Embirikos en Altos hornos (1935), incluido en Antología de la poesía griega. Desde el siglo XI hasta nuestros días (Ediciones Clásicas, Madrid, 1997, ed. de José Antonio Moreno Jurado).
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Hay que leer a Andreas Embirikos, sin duda...
ResponderEliminarDespués de estos dos poemas seguro que sí.
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