mi padre y todo su tabaco te amaban.
Yo te amo también bajo todas tus formas
delgada feúcha virgen con la que se acostaría cualquiera
blanca figura flotando entre barbas alemanas
mezquina gobernanta de los enormes mapas rosa
solitaria plañidera de un príncipe.
Reina Victoria
yo soy frío y lluvioso.
Estoy sucio como el tejado de cristal de una estación de ferrocarril.
Me siento como un modelo vacío de hierro forjado.
Quiero que todo esté ornamentado
porque mi amor se ha ido con otros muchachos.
Reina Victoria
tienes algún castigo bajo el encaje blanco
serás seca con ella
y la harás leer pequeñas biblias
la azotarás con un corsé mecánico.
Yo la deseo pura como el poder
quiero que su piel esté ligeramente rancia de enaguas
¿querrías lavar los fáciles bidets de su cerebro?
Reina Victoria
no me siento demasiado alimentado por el amor moderno.
Querrías entrar en mi vida
con tu dolor y tus negros carruajes
y tu perfecta memoria.
Reina Victoria
el siglo veinte nos pertenece a ti y a mí
Seamos dos severos gigantes
(no menos solitarios por nuestra mutua compañía)
que decoloran tubos de ensayos en los salones de la ciencia
que aparecen inesperadamente e indeseados en cada Feria Mundial
cargados de proverbios y correcciones
confundiendo a los turistas anonadados por las estrellas
con nuestro incomparable sentido de pérdida.
Leonard Cohen, incluido en Antología poética (Ediciones Alma_perro, Internet, 2012).
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