distinta que el mundo distante, no presentan objeciones a que te sientas
en una órbita original al girar sobre un eje propio, ni que después abras
pensativo una lata cilíndrica de paté haciéndola rotar en tu mano, ellos
también a veces hacen girar sus globos terráqueos y los detienen con el índice
para elucubrar un rato acerca de la región que señalaron al azar
no tienen problema alguno con tu murmurante desiderata sobre
si lo que gira es la lata de paté o el abrelatas, sobre el pequeño disco dentado
que se desprende del resto de esa lata cuando abierta, no quieren ver
tus planes a la hora de otra primavera adjetivada, ni tienen especial interés
en plantarte un dispositivo de rastreo satelital para seguir tus pasos
por ramblas de balnearios atlánticos donde supo haber
videobares, disquerías, locutorios, ni ubican
a esos automóviles contratados por los motores de búsqueda que salen con cámaras
de trescientos sesenta grados en el techo a fotografiarlo todo, no quieren saber
las canciones que almacena tu pequeño reproductor de acero cromado y plástico
blanco, no están necesariamente al tanto del diagnóstico que dice que lo anómalo
no es estar desconectado de la realidad sino, a un nivel macro, estar demasiado
conectado ni esperan que se entienda por realidad un lanchón de asalto adentrándose
lentamente en una mesopotamia, que se entienda por realidad camelias
sobreexcitadas por el viento, por realidad a un grupo de hijos etíopes haciendo
que esperan un micro en una circunvalación específica habiendo perdido toda noción
de especificidad, con sus parkas estropeadas, pasándose un cigarro, clavándose
en la yema de los dedos los dientes de la tapita redonda de una botella recién
abierta, no ponen en duda la frágil camaradería nocturna que tejieron hace un rato
comiendo corazones de pollo ensartados en palillos de madera, no contextualizan
ese manifiesto, no teorizan sobre el entumecimiento, no leen todo lo que dice
el vicepresidente de Bolivia, no sintetizan la tenacidad, no acampan a las puertas
de abisinia, ni azuzan leopardos semidomesticados con el tamborileo de
sus panderetas, no queman tabloides, no se duermen con las manos entrelazadas
sobre el pecho mirando propaganda, ni les preocupa que ahora te pasees
con dulce parsimonia, la almohada todavía marcada en la cara, arrastrando los talones
por los pasillos de un supermercado buscando una marca específica de sopa
de fideos instantánea japonesa, y tampoco es que quieran evitar
que prepares, el temperamento hecho un témpano, esa sopa antes de ponerte
a leer un manual para perfeccionar maniobras de evasión, lo que sea
no, no, no, nada de eso, no
simplemente quieren que te mueras.
Martín Gambarotta en Para un plan primavera (2011), incluido en Penúltimos 33 poetas de Argentina (UNAM, México, 2014, selec. de Ezequiel Zaidenwerg).
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