Cada palabra abandonada en el espacio
y articulada en un tiempo ya lejano
por alguien que fue como un llanto
en medio del torbellino donde todo se precipita,
reclama los espacios en demolición.
Cada palabra pronunciada es la negación
del corredor, el aposento y la mecedora;
pronunciada por última vez, cada palabra
degrada un lugar: aserrín
en el cuarto de los títeres, el viento
donde una vez se encendió una vela,
el patio y la cocina,
el paisaje al que se abría la ventana;
todo enterrado bajo “amén”.
La casa queda convertida en cabaña.
La noche ciñe su débil estructura
y el bosque aprieta sobre sus paredes
que dejan escapar crujidos eventuales.
Agotados todos los planes,
un calendario cuelga
enmudecido de la pared;
ya transcurridas las estaciones
y sus amplios cielos
regidos por Las Horas,
y las primaveras con sus aguas,
en que las deidades
bañaban sus miembros inmortales,
el calendario rebosa
de agostos y eneros,
de estíos y de inviernos,
The nymphs are departed.
Un fuerte soplo de viento
penetra por la ventana,
las hojas del calendario
se revuelven como naipes.
Alguien no obstante espera en la cabaña.
Ese indolente que aguarda, ¿quién es?,
sentado en un sillón de madera que se pudre,
sólo escucha murmullos ululantes sin dormir,
queriendo formar parte del bosque,
sin importarle que se aproxima el día
en que del techo se desprenda la viga
y descanse sobre su nuca.
Cuando el incendio devore
la comarca entera —casi con alegría—,
la cabaña arderá en silencio,
como un niño que ríe
no obstante su enfermedad.
Él estará dentro de la cabaña.
Sus padres serán alcanzados en los caminos,
y hoy crepita la lluvia en las ventanas
como el fuego en las paredes aquel día.
Kevork Topalian en Lámpara de oscuridad (2008), incluido en Ritmo (nº 22, ene.-abr. de 2015, UNAM, México).
Toca aquí para ir al Catálogo de poemas
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Tomo la palabra: