inicia su camino de descenso al futuro
exactamente igual que el rey Alexander de la leyenda
se hizo bajar al fondo del mar en un barril de cristal
(mirando melancólico a la enorme ballena y a las gentes
que pastaban en los ondulantes bosques de las profundidades)
Cueste lo que cueste tiene que llegar a la certeza
para que se acaben ya esas pendencias sobre la energía nuclear.
Mientras las cuerdas engrasadas se van soltando
ve a través del cristal verde botella
a los dos asistentes deformados junto al cabrestante
intercambiar una mirada que hace impresión en el estómago
y luego empequeñecerse hasta la nada.
Lleva consigo algunos expertos prestados
que reflexivamente van formando los juicios
que prescribe su lugar en la conversación.
Nada inquietante todavía en el mundo de fuera del cristal.
Las fosforescentes ciudades crecen
más o menos de acuerdo con los planes.
Aquí parece que se ha llegado a una especie de terraza.
Por lo menos el barco deja de descender.
Pero ¡qué demonios es esto!
Con la cara contra el cristal miran hacia lo incomprensible.
Rostros chisporroteando como fuegos artificiales
surgen unos aquí, otros allí.
Una mujer pegada al cristal, quiere decir algo.
Pero su voz es un incomprensible crujido.
Con gestos torpes en lugar de manos
parece advertir del peligro de algo que no se puede ver.
Tiene a sus hijos con ella. Como si se ramificasen
igual que un micelio absolutamente desbocado.
Se apodera de los viajeros un temblor tal
que su inteligencia empieza a soltarse de sus fundamentos.
Buscan palabras angustiosamente
Uno de ellos da con una frase: —En una perspectiva más amplia...
Eso fue su salvación. Tan pronto como recuperan la lengua
pueden defenderse de lo que ven.
Su lenguaje es un poderoso filtro.
Ahora puede permitirse a las centelleantes almas de fuera del cristal
dar su testimonio. Inmediatamente se reducen a abstracciones
y se reconocen como los valores prescindibles de los cálculos.
Se da una señal. Y el navío comienza a subir.
Los pensamientos se mueven cada vez más de prisa.
Pronto se vislumbra el barco escolta y sus rostros
verdes burbujeantemente deformados
que ya parecen conocer
el tranquilizador informe.
Kjell Espmark en Det obevekliga paradiset (1975), incluido en Poesía nórdica (Ediciones de la Torre, Madrid, 1999, ed. y trad. de Francisco J. Uriz).
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Viaje irreal con vuelta la sensatez?
ResponderEliminarUn descenso al horror...con final feliz. Buen poema. Gracias
ResponderEliminarMe alegro de que te gustase. Un abrazo.
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