Los niños dormían, y el marido, cuando ella se marchó
sigilosa, descalza, como dormida.
Su ternura la dejó junto al hombre para que lo consolase
con su aroma como una seca convalaria muda
que guarda a junio en su interior hasta muy entrado el otoño.
Y mientras el luminoso aliento de los niños
se elevaba en torno a ella como vientos de tréboles
depositó lentamente su llanto junto a uno,
su risa en otro, su canción en otro
y se quedó allí de pie y miraba y no se atrevía a mirar
pero retiró rápidamente un mechón de la frente más pequeña
y se deslizó con los ojos cerrados hacia una puerta,
hacia la puerta de la noche, una puerta que llevaba afuera
donde la luna esperaba, fría, clara y audaz.
Ahora había entregado hasta su último trozo.
Ya no le quedaba nada más que el cuerpo
y la angustia en la decisión de ese cuerpo.
En la puerta, ya más allá de su pasado,
miró a su alrededor y supo lo que había hecho.
Solveig von Schoultz en Eko av ett rop (1945), incluido en Poesía nórdica (Ediciones de la Torre, Madrid, 1999, ed. y trad. de Francisco J. Uriz).
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