A inverosímil distancia
se acongoja un violín,
resucitando en la estancia
como una ancestral fragancia
del humo de aquel esplín.
Y el hombre piensa. Su vista
recuerda las rosas té
de un sombrero de modista...
el pañuelo de batista...
las peinetas... el corsé...
Y el duelo en la playa sola:
uno..., dos..., tres... Y el lucir
de la montada pistola...
Y el son grave de la ola
convidando a bien morir.
Y al dar a la niña inquieta
la reconquistada flor
en la persiana discreta,
sintióse héroe y poeta
por la gracia del amor.
Epitalamios de flores
la dicha escribió a sus pies,
y las tardes de colores
supieron de esos amores
celestiales... Y después...
Ahora, una vaga espina
le punza en el corazón,
si su coqueta vecina
saca la breve botina
por los hierros del balcón;
y si con voz pura y tersa
la niña del arrabal
en su malicia perversa
temas picantes conversa
con el canario jovial;
surge aquel triste percance
de tragedia baladí:
la novia... la flor... el lance...
veinte años cuenta el romance:
Turgueniev tiene uno así.
¡Cuan triste era su mirada,
cuan luminosa su fe
y cuan leve su pisada!
¿Por qué la dejó olvidada?
¡Si ya no sabe por qué!
Leopoldo Lugones en Los crepúsculos del jardín (1905), incluido en Antología crítica de poesía modernista hispanoamericana (Alianza Editorial, Madrid, 2008, ed. de Mercedes Serna Arnaiz y Bernat Castany Prado).
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