que incendia el sol de vivos resplandores,
mientras la brisa de la tarde arroja,
pistilos de clemátides fragantes
que agonizan en copas opalinas,
y esparcen sus aromas enervantes
de la regia mansión de las cortinas,
está el Infante, en su sitial de seda,
con veste azul, flordelisada de oro,
mirando divagar, por la alameda,
niños que juegan en alegre coro.
Como un reflejo por oscura brasa
que se extingue en dorado pebetero,
por sus pupilas nebulosas pasa
la sombra de un capricho pasajero
que, encendiendo de sangre sus mejillas,
más pálida que pétalos de lirios,
hace que sus nerviosas manecillas
muevan los dedos, largos como cirios,
encima de sus débiles rodillas.
¡Ah!, quién pudiera, en su interior exclama,
abandonar los muros del castillo,
correr del campo entre la verde grama
como corre ligero cervatillo,
sumergirse en la fresca catarata
que baja del palacio a los jardines,
cual alfombra lumínica de plata
salpicada de nítidos jazmines,
perseguir, con los ágiles lebreles,
del jabalí las fugitivas huellas
por los bosques frondosos de laureles,
trovas de amor cantar a las doncellas,
mezclarse a la algazara de los rubios
niños que, del poniente a los reflejos
aspirando del campo los efluvios,
veo siempre jugar, allá a lo lejos,
y a cambio del collar de pedrería
que ciñe a mi garganta sus cadenas,
sentir dentro de mi alma la alegría
y ondas de sangre en las azules venas.
Habla, y en el asiento se incorpora,
como se alza un botón sobre su tallo,
mas, rendido de fiebre abrasadora,
cae implorando auxilio de un vasallo;
y para disipar los pensamientos
que como enjambre súbito de avispas,
ensombrecen sus lánguidos momentos,
con sus huesudos dedos macilentos
las perlas del collar deshace en chispas.
Julián del Casal, incluido en Antología de la poesía cubana (Verbum Editorial, Madrid, 2002, ed. de José Lezama Lima).
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