de cascabel, que tiemblas en el pino, escuchad:
yo soy el que llora y escribe en el invierno.
Palomas y níveas gradas húndense en mi memoria
y, ante mi cabeza de sangre pensando,
moradas de piedra abren sus plumas, estremecidas.
Aún caído, entre begonias de hielo adormecido,
muevo el hacha de la lluvia y blandos frutos
y hojas desveladas hiélanse a mi golpe;
amo mi cráneo así como a un balcón
doblado sobre un negro precipicio del Señor.
Labro los astros a mi lado ¡oh hielo!
y en la mesa de las tierras, el poema
que rueda entre los muertos y, encendido, los corona,
pues por todo va mi sombra tal la gloria
de hueso, cera y humus que me postra, majestuoso,
sobre el bello césped, en los dioses abrasado.
Amo, así, este cráneo mío, en su ceniza, como al mundo
en cuyos fríos parques la eternidad es el mismo
hombre de mármol que vela en una estatua
o que se tiende, oscuro y sin amor, sobre la yerba.
Jorge Eduardo Eielson en Reinos (1945), incluido en Antología de la poesía peruana (Ediciones Nuevo Mundo, Lima 1965, selec. de Alberto Escolar).
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