¡Cómo se desea —morir!
Para no callar,
ni con el grito clamar,
el último astro,
la venteada madrugada.
Póstumo detenerse
del glaseado día;
aguardar —y morir.
Y desde entonces no pensar en el regreso:
en lo profundo del silencio
en donde la quietud adormece,
en donde la melodía oprime
al corazón esclavizado:
ni siquiera es posible respirar—
¡cómo se desea morir!
Se desvanecieron los sueños,
las ideas se tornaron inservibles,
todos los gozos —cayeron abatidos
todos los colores —se desvanecieron.
Insaciable, como el claro umbroso en un bosque,
es la trayectoria vertical.
Pero no se podrá escalarla
ni a pie, ni con la vista,
ni con el movimiento, ni con el espíritu,
ni con el cuerpo desmembrado,
ni con la garganta atenazada.
Así que imploro, Señor,
deja que me eleve,
porque la muerte es lo que deseo.
Cómo es posible continuar;
esta espera opresora,
el abismo sin fondo,
esta cima dolorosa,
el feroz tormento.
¡Permíteme que caiga en un sueño eterno!
¡Extraviarse, olvidar,
descender hacia el grito,
desintegrarse en fragmentos,
ser esparcido al viento,
perderse en el tiempo
y, arrancándome el alma,
naufragar en el anonimato!
Al otro lado de la colina del destino
una tormenta de nieve aplaca la furia,
y las manos maternas
—teñidas de amanecer—
alzadas hacia el cielo
buscan a tientas
al espectro primogénito
prisionero para unos ojos abstraídos,
unas espaldas inclinadas por la resignación.
¡Cómo se desea —morir!
Desplazarse imperceptiblemente,
más allá de la orilla ilusoria,
más allá del horizonte de lo posible,
más allá del muro de las humillaciones,
más allá de las rejas enloquecedoras,
allende el helor —de la clausura.
Vasyl Stus en Palimpsestos (1986), incluido en Poesía ucraniana del siglo XX. Una iconografía del alma (Revista Litoral, nº 197-198, Torremolinos, 1993, trad. de Iury Lech).
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