Ni el llanto del doliente
ni el trino del cantor
le sirven a mi credo y mi doctrina.
Y lo mismo resultan, si comparas,
la voz del mensajero de la muerte
y del que porta albricias.
¿Llora o canta, tal vez, esa paloma
en la rama oscilante?...
Modera, pues, el paso:
que la piel de la tierra, me parece,
es cosa de estos cuerpos nada más.
Y siempre perjudica el ofender,
aunque fuera hace tiempo,
a nuestros viejos.
Ve despacio, si puedes, por el vacío,
y no te pavonees al pisar
los restos de estos siervos.
¡Cuántas veces las tumbas fueron tumba,
riendo, al recibir
a tantos enemigos hacinados!...
Que la vida es cansancio toda ella.
Me asombra solamente
que haya quien desee incrementarla.
La tristeza, a la hora de la muerte,
es el doble que el gozo a la hora del nacer.
Y ése que en el desierto se desconcierta
es un ser animal que se renueva
de la inerte materia.
Abul ʿAla Al-Maʿarri, incluido en Poesía árabe clásica oriental (Litoral. Revista de la poesía y el pensamiento, año XVII, nº 177, Málaga, 1988, selec. y trad. de Pedro Martínez Montávez).
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