Te descubriré a quienes amo, como un largo relámpago de calor, tan inexplicablemente como tú te me has mostrado, Jeanne, cuando, una mañana que se plegó a tu propósito, nos llevaste de roca en roca hasta ese fin de uno mismo que suele llamarse cima. Con el rostro oculto a medias por tu brazo doblado y los dedos de la mano reclamando tu hombro, nos regalaste, al cabo de nuestra ascensión, una ciudad, los sufrimientos y el título de un genio, la superficie extraviada de un desierto, y la curva circunspecta de un río en cuya orilla se hacían preguntas algunos constructores. Pero yo regresé a ti rápidamente, Hoz, porque estabas consumando tu ofrenda. Y ni el tiempo, ni la belleza, ni el azar que desenfrena el corazón podían medirse contigo.
Entonces resucité mi antigua riqueza, nuestra riqueza común, y dominando lo que mañana destruirá recordé que tú eras Anukis la Atenazadora tan maravillosamente como eras Jeanne, la hermana de mi mejor amigo, y tan inexplicablemente como eras la Extranjera en el espíritu de ese miserable campanero cuyo padre repetía antaño que Van Gogh estaba loco.
Saint-Rémy-des-Alpilles,
18 de septiembre de 1949
René Char en Los matinales (1947-1949), incluido en Poesía esencial (Galaxia Gutenberg-Círculo de lectores, Barcelona, 2005, ed. y trad. de Jorge Riechmann).
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Gracias por traernos a uno de los grandes.
ResponderEliminarSaludos.