Me propongo abordar un tema esencial en las manifestaciones artísticas, como lo es la ubicuidad en la poesía, en Amor quiere que muera, de la escritora costarricense Ninfa Santos (1916-1990).
La poesía es un margen de vida. Una perspectiva de identidad para crecer. Un arma de palabras que retoma el viento para marcar destinos presentidos, pero intransitados. Por ello, la poesía es un manifiesto del decir desde los diversos frentes vitales del factor humanidad. Es de este mundo, pero alcanza otros estadios para fundar una manera de ser y de sentir.
Desde esa coyuntura, el nombre y la obra poética de Ninfa Santos no debería ser ajeno ni desconocido, aunque sí lo extrañamos en el cuerpo bibliográfico de la literatura costarricense. Su nombre aparece como uno de los que ha sufrido extrañas exclusiones, quizá por el desconocimiento de su obra , por su independencia paradigmática o por la mezquindad cultural del medio, pues no formó parte de los enlistados en el coro de la oficialidad ni de las capillas que se reparten cantos.
Por esa razón, celebramos la aparición del número 2 de la revista costarricense Hoja en blanco. Tanto su consejo editorial como su director, Álvaro Mata Guillé, reivindican y recuperan, con propiedad, el nombre y la obra de Ninfa Santos para inscribirla dentro de la poesía costarricense. Son 41 páginas integrales, de honda intensidad, de afirmaciones y rotundidades para abrir el claroscuro de este caso artístico. Álvaro Mata, Antidio Cabal, Fabienne Bradu, cinco poemas y cuatro fotografías de Ninfa Santos, llaman fuertemente la atención para revisar su nombre, marginalmente inscrito en la casa de la poesía costarricense.
El caso de Ninfa Santos (1916-1990) se asemeja, sin duda, al de Eunice Odio (1919-1974) en múltiples facetas. ¿Por qué se oculta su nombre y su obra? Recuérdese, en esa misma línea, que el libro de estreno de Eunice Odio: Los elementos terrestres, (Guatemala, 1948) no se editó en el país, sino en 1984, es decir, 36 años después. Por su parte, Ninfa Santos publicó su único libro Amor quiere que muera, en México, en 1949. Fue reeditado en ese mismo país en 1985, dibujo en la portada de Paloma Díaz Abreu. Uno se pregunta, con increíble asombro, después de 60 años de oscurantismo poético, ¿cuándo publicarán dicho libro las instituciones oficiales costarricenses?
Antidio Cabal (España, 1925), en su artículo 'El exilio y Ninfa Santos', repasa el cuerpo bibliográfico costarricense, donde la tónica con Ninfa Santos ha sido la exclusión de su nombre y de su obra dentro del registro poético nacional. En 1963, Manuel Segura la incluye en La poesía en Costa Rica con dos poemas, en 1973; Carlos Rafael Duverrán repite los poemas anteriores y la antologa en Poesía contemporánea de Costa Rica. Alfonso Chase, por su parte, la incluye con cuatro poemas en la antología El amor en la poesía costarricense.
El ojo crítico de Antidio Cabal aduce: “El mundo de Ninfa Santos desemboca en el metamundo de Ninfa Santos: el castigado tránsito de su carne a través del mundo fracturado por el fenómeno del amor (huesos, “ciego muro infinito ciego pozo de espanto”, musgo, sierpes, veneno, frío, maculación, “huracán frenético”, odio, hiedra, losa, lava, ceniza, angostura, “intacto sepulcro”: “Tal es mi juventud y junto a ella, detrás de esta miseria, tu fantasma”) se desvanece, se volatiliza ante la semilla trascendente e inmanente del yo (…) Ese yo o esa esencia o esa verdad / identidad se llama Anacostia: en el silencio / me está llamando / una voz. Es la Ninfa de dentro llamando a la Ninfa de fuera” (Cabal, 2004: 16-17).
Ninfa Santos tuvo una vida accidentada, producto de una infancia difícil, debido a la ausencia de la figura materna desde los tres años, en virtud de lo cual, su padre delegó esa responsabilidad en su hermana -la tía Ninfa-, mujer estéril e inflexible.
La creadora Ninfa Santos vivió en Liberia, Costa Rica, en la hacienda La América, de donde huye, cansada de los rígidos preceptos y castigos, por ejemplo, permanecer encamada durante largos periodos. Aparte de esas aflicciones, el destino se ensañó contra ella. Poco a poco se vio deformada por la artritis e hinchada por los efectos de la cortisona. La artritis deterioró su imagen e identidad corporales y restringió su capacidad de movimiento. Para Fabienne Bradu: “El signo dominante de su infancia fue la horizontalidad”.
Su extenso peregrinaje de vida incluyó Liberia y San José, en Costa Rica; México, Estados Unidos e Italia. Además, visitó Rusia. Sin duda, una vida muy agitada, en años igualmente convulsos. Ninfa se hospedó en México, al inicio, en casa de su tía Lupe, pero abandona ese espacio, debido a los sometimientos, altamente restrictivos, que pretendía imponerle su tía. Se da su filiación política con el Partido Comunista, en México. En 1965 conoció a Ernesto Che Guevara, en Nueva York.
Casó con el escritor mexicano Ermilo Abreu Gómez (1894-1971), con quien mantuvo una relación durante 20 años y con quien procreó a su hija Juana Inés (1939). Se divorcia de él, cuando la descalificó de sus responsabilidades maternas. Su hija Juana Inés casó con Bernardo Díaz -bisnieto de Porfirio Díaz- y ella guardó el secreto de los jóvenes, lo que enojó a Ermilo Abreu Gómez. De esa boda nacieron sus nietas Paloma y Marisa.
En 1953 trabaja como Auxiliar en la delegación de México ante la OEA (Organización de Estados americanos). Allí inició su carrera diplomática. En 1958 es ascendida a Vicecónsul. En 1963 viaja a Nueva York. El viaje a los Estados Unidos de Norteamérica le genera expectativas y un entrañable acento nostálgico por cuanto debía dejar México: “Ahora me iré a una ciudad lejana / de hombres extraños que hablan extraña lengua, / hombres indiferentes cuyo dolor ignoraré / así como ellos ignorarán este largo sollozo / que camina, sonríe, se detiene, pasa”.
En el mismo texto se advierte su aflicción por la soledad a la que prevé enfrentarse: “Habrá también mi soledad tremenda (…) pero mi soledad será como esos perros / que crecen a puntapiés (…) Será la soledad de los ataúdes sin muertos”. En 1967 llegó a Roma, Italia, donde vivió trece años. Regresa a México, donde fallece el 26 de julio de 1990. Según Fabienne Bradu: “Ninfa no tuvo conciencia de su propio y secreto heroísmo, que consistió en resistir, hasta el último día de su vida, al desamor, a la amargura, a la resignación, a la falta de asombro y de esperanza” (Bradu, 2004: 39).
Su matrimonio con Abreu Gómez y su ámbito laboral le permitieron cultivar amistades literarias de prestigio, a saber: Octavio Paz, Augusto Monterroso, Alfonso Reyes, Ernesto Cardenal, Ernesto Mejía Sánchez, Rosario Castellanos, Juan Rulfo, Rafael Alberti y su esposa María Teresa León, Juan Ramón Jiménez, Juan Rejano, Ramón Gaya, Juan Gil-Albert, Emilio Carballido, Alice Rahon, Ricardo Garibay, Tomás Segovia, Michèle Albán, Jorge Rigol, Salomón de la Selva, Xavier Villaurrutia, Rodolfo Usigli, Efrén Hernández, Margarita Michelena, Agustín Lazo, Marco Antonio Millán, Juan de la Cabada o María Asúnsolo. Varios embajadores le ayudaron en su gestión diplomática: Luis Quintanilla, Mauricio González de la Garza, Gómez Robledo y Augusto Villanueva.
El nombre de su libro, Amor quiere que muera, es un intertexto de Garcilaso, con función de epígrafe: “Amor quiere que muera sin reparo”. La edición de su poemario fue patrocinada por la revista América, de México, en 1949. Alcanzó una tirada de 500 ejemplares numerados y contiene 407 versos. El dibujo de la portada es de su nieta, Paloma Díaz Abreu. Es decir, Ninfa Santos publica su poemario de diecienueve poemas a los 33 años de edad, pero 60 años después, el libro es prácticamente desconocido en Costa Rica. El editor Alejandro Finisterre publica la segunda edición en México, en 1985. ¿Cuándo habrá una edición costarricense? ¿Van a continuar negándola? ¿Qué le cobran a tan fina creadora costarricense?
El Maestro Joaquín García Monge (1881-1958) le publicó a Ninfa Santos en Repertorio americano, la revista costarricense de mayor alcance continental . El recordado escritor chileno Alberto Baeza Flores (1914-1998) expresa: “Y esta sola página es la que fundamenta, y alimenta, en Costa Rica el nombre de Ninfa Santos (…) Los poemas de Ninfa Santos son breves, rítmicos, frágiles, casi a punto de deshacerse, de quebrarse, como si fueran un delgado hilo conductor. Pero este filamento está cargado de emoción y de eficacia. Y transmite eso no siempre fácil: la poesía”.
En julio de 1984, con motivo del Segundo Simposio 'Evaluación de la literatura femenina de Latinoamérica en el Siglo XX' edité el suplemento Presencia femenina en la literatura costarricense del siglo XX, en el número de cierre de la revista Hojas de Guanacaste, nº 12, con un tiraje de 1.000 ejemplares. Ninfa Santos aparece con dos poemas. Era mi primer acercamiento con su poesía y con su caso, que hoy seguimos completando, en un espacio cultural extraordinario como es el de Chile, donde estoy seguro de que sabrá valorar, justamente, la dimensión de su trayectoria creadora.
El 15 de abril del 2005, la revista Hoja en Blanco y el Centro Literario de Guanacaste, fundado el 20-3-1974, le rendimos uno de los escasísimos homenajes públicos costarricenses que se le han ofrecido a la obra poética de Ninfa Santos, en Liberia, capital de la provincia de Guanacaste, en el norte geográfico de Costa Rica. Con la presencia del escritor Álvaro Mata Guillé, el filósofo Víctor Alvarado Dávila, el Lic. Marco Tulio Gardela y quien les habla , logramos cautivar a un ávido auditorio, deseoso de conocer la voz lírica de Ninfa Santos, quien pasó su difícil niñez en La América, una de las haciendas más famosas de Guanacaste.
El acento poético de Ninfa Santos
Su obra tiene el acento de la poesía amatoria y se encuentra tejida de diversos momentos y circunstancias, no siempre felices, en el plano sentimental. Por ello, incluye diversas acciones verbales que denotan espacios simbólicos de encerramiento, de castigo, tales como: apartar, cerrar, arrancar, destrozar, cegar, perseguir, quemar, aventar. En cada uno de ellos, el mapa semántico bordea significados expresivos dificultosos, por lo tanto, su perfil amatorio es ríspido, pero ella es perseverante en sus convicciones “hasta un país donde nunca te acerques” (AQQM, 9).
La hablante no escinde su sentimiento, sino que es enfática en su declaración amatoria y dolorosa “AMARTE, darme a mi dolor de ti, / a la amarga conciencia de mi duelo” (p. 11). La entrega corporal se convierte en un reclamo, donde cada parte del descubrimiento del cuerpo se menciona para concluir en un sistema recolectivo: piernas, hombros, dedos, manos, pelo: “Amar mi cuerpo solamente / porque tu cuerpo / lo hizo de verdad cuerpo. / Mirar la servidumbre de mis piernas / que me llevan a ti” (AQQM, 11). Es decir, el cuerpo se reescribe con el acento de la incompletitud. Su cuerpo se materializa como un vehiculizador, como un tránsito para intentar alcanzar el cuerpo del amado, pero no necesariamente con la misma correspondencia.
Apela al consuelo de una flor para colocarla sobre “el pecho de tu ternura muerta”. La desgarran los sitios recorridos con el amado, por ello, acude a elementos de autoagresión como morir, perderme, destrozarme, huir “donde tu nombre no se me vuelva angustia” (AQQM, 13). Es el suyo el caso de una dolorosa lamentación contra lo irrecuperable. En el poema 'Elegía', las interrogaciones retóricas ahondan una especie de estado de desarraigo contra el orden de los elementos de la vida cotidiana “Ahora que no eres más que un largo silencio irredimible / un pedazo de tierra junto al mar (…) Hombre que amara, ¿dónde duerme tu largo sueño? (…) ¿Quién te cerró los ojos de mar de junio / quién te llora hoy, / cuando yo me he quedado sin lágrimas” (AQQM, 28-29).
La angustia de la voz lírica es acezante y el verso que lo confirma es de una alta intensidad: “Esta jauría que has soltado en mi pecho / es el dolor”, por eso reclama su duelo: “si te dura una parte de mi angustia / por mirarte ser hombre, / no mi intacto sepulcro”. Es una especie de soliloquio del desamor expresa: “AMARTE, darme a mi dolor de ti (…) ahora que no me amas, / humildemente” (AQQM, 11), o bien, “Morir, perderme, destrozarme, huir / donde no estén tus ojos (…) donde tu nombre no se me vuelva angustia” (AQQM, 13).
La hablante lírica se refiere a otra corporalidad: “y no vigilo el odio de mis manos (...) / esclavas y mendigas, / de nuevo hacia tu rostro” (AQQM, 16). En el orbe lírico de Ninfa Santos hay una apuesta por la oscura luz: “No estoy llorando por él, / me estoy llorando yo misma”. El infortunio, el desamor de la práctica amatoria acentúa su espacio, se extiende con una ramificación de fibras y tejidos. Clama y ahonda su llanto desde ella para los otros. La extensión de su calvario sentimental no conoce fronteras, por el contrario, comprende otras dimensiones del ser íntimo.
La conjugación de elementos disímiles lleva a la hablante lírica a expresar una síntesis poblada de pesimismo, tal como una planta sin flor, como un nido sin raíces. Su desesperación campea en un ciego alarido, en un fiero llanto, en un grito sin voz, en un dolor sin canto “Tal es mi juventud y junto a ella, / detrás de esta miseria, tu fantasma” (AQQM, 18).
La mirada del recuerdo sobre el amado ausente se corporeiza con crueldad en su memoria “Te estoy viendo crecer recto, seguro, / si fin (…) Ya se afilan mis dedos en la angustia / de acariciar tu ausencia y poseerla. Toda mi llaga se retuerce y gime, / se destroza, aniquila y agiganta; / todo mi ser arrodillado ruega, / clama, implora, se humilla, se desangra” (AQQM, 19). Obsérvese la cantidad de verbos que apuntan hacia los símbolos de la autoagresión: afilan, retuerce, gime, destroza, aniquila, ruega, clama, implora, humilla, desangra. Según Roland Barthes, en esa dimensión: “exploro el cuerpo del otro como si quisiera ver lo que tiene dentro, como si la causa mecánica de mi deseo estuviera en el cuerpo adverso”.
La ausencia de palabras por parte del amado es recurrente, un vacío estelar que opera como un vector de dominio fonocéntrico, por ello, la amada reclama lo no dicho. Con vehemencia, pide ser oída: “Si NADA más oyeras una palabra, una” (AQQM, 21) y esa palabra ofrece un campo semántico como un dolorido sentir desde adentro, que se llena de hondas significaciones: la más humilde, delicada, nunca dicha, escondida, guardada, íntima, sola, pequeña, menuda, tierna, brisa, lucero, leve, lo mío: “lo que no dijimos y era nuestro y nos pertenecía y nunca usamos” (AQQM, 21).
En otro apartado del poema, la hablante ya no quiere ser solo oída, sino escuchada. Su vehemencia es apabullante “Si me escucharas nada más un instante / y este dolor, este apegarme a ti, / este deseo, este deseo, esta sed de tu alma, / este aletear de nube junto a tu rostro frío, / algo nuestro aunque fuera nada más un sollozo”. De ese llamado urgente, sin respuesta, la hablante se conformaría con un sollozo “mi más largo sollozo (…) para hacerte bajar la mirada de piedra / y tomarme y destruirme” (AQQM, 23). Es decir, ante las súplicas de su oratorio, ante la rotundidad de la negativa, tanto de ser oída como escuchada, la hablante lírica increpa, con su sollozo, para que baje la mirada de piedra de su amado, la tome y la destruya. Es una especie de sistema recolectivo que apunta hacia los símbolos bisémicos de la devoración y la aniquilación, es decir, la autoagresión, producto del desencanto amoroso.
La separación de su estancia, en México, encuentra eco en su poesía y refleja su sentir de cara a un proceso de cambio contextual que ella prevé sin identidad, lleno de una gran despersonalización: “Ahora me iré a una ciudad lejana / de hombres extraños que hablan extraña lengua; hombres indiferentes cuyo dolor ignoraré / así como ellos ignorarán este largo sollozo / que camina, sonríe, se detiene, pasa” (p. 29). Sabe que en otros contextos geográficos habrá indiferencia, incomunicación. Para la crítica e investigadora francesa, Fabienne Bradu: “Ninfa adivinaba las imágenes de su futura soledad (…) Se sentía “íngrima y sola” (…) La soledad se fue transformando en una severa depresión”.
En Amor quiere que muera, de la costarricense Ninfa Santos, su desgarramiento amatorio es intenso. Pregunta al tú lírico, pero inherentemente responde "¿quién te llora hoy, / cuando yo me he quedado sin lágrimas” (AQQM,. 29). Su dolorido sentir es un sortilegio “cómo me dueles / ahora / que se ha partido / mi sueño” (AQQM, 37). Existe una indagación entristecida y delicada, pero llena de duelos, reclamaciones, rotundidades, cuyo discurso poético tiene algunos acercamientos con los poemas de ruptura de Catulo. Su desgarramiento es personal, esencial y existencial.
En otro orden, el universo poético de la poetisa costarricense Ninfa Santos, quien adquirió la nacionalidad mexicana, le canta a la cotidianeidad: gotas, tardes, tristezas, vientos. Quiere ir a Anacostia, un lugar en el corazón de los sauces, en el silencio, en la voz del sueño y la verdad “Dicen que un río oscuro / te atraviesa / en el centro” (AQQM, 49). La construcción de ese espacio interior es una especie de reducto místico, de conciencia interior: un espacio en el secreto del silencio, aunque nadie la llame, es el de su corazón enfermo entre los sauces:“Mi corazón debe ir / por Anacostia, / primero / antes de que sea tarde y me lo arrebate / el viento” (AQQM, 45-46).
Concuerdo con Antidio Cabal, en el sentido que “Anacostia es el principio in situ, colocado, puesto, establecido, inaccidentable (…), la Ninfa Santos inllagable, la que nunca tendrá deudas exteriores, cuyos límites no pueden ser traspasados por el mundo y la carne como magmas de la meteorología de las pasiones del oro, plata y plomo” (Cabal, 2004: 18). Cada ser humano construye un alero de unidad, de esencia, desde donde es posible leernos para ser y sentir; para vivir y crecer, no importa las dimensiones difíciles que se tenga en las batallas cotidianas, de una vida como la suya.
Consideraciones finales
El sistema de significados poéticos, en Amor quiere que muera, ofrece imágenes sensoriales que reinvindican el descubrimiento integral del cuerpo y, a partir de dicho eje, el proceso comunicativo de los elementos femeninos y masculinos muestran expresiones sensuales, así como la evocación de imágenes y símbolos de lo erótico y sexual, propios del deseo, producto de su cosmovisión amatoria sin equidad y de su experiencia integral de la sexualidad.
Amor quiere que muera, de Ninfa Santos (1916-1990) consta de 19 textos poéticos que signan un hallazgo en la palabra, a pesar de la dolorosa ubicuidad de su vida. En ella, los sauces incrustan el corazón en el reducto íntimo e irreductible de Anacostia, donde la amada, herida y golpeada, quiere liberar su corazón.
La aportación de la revista Hoja en Blanco, hace un lustro, es de singular trascendencia para el conocimiento y reconocimiento de la obra de Ninfa Santos e, igualmente, marca un paso decisivo para la recuperación histórica contra el olvido, de uno de los nombres femeninos, hasta hoy, marginalmente incluido dentro del acervo literario costarricense.
El consejo editorial de Hoja en blanco, integrado por Irene Sancho, Marco Mendoza, Guadalupe Elizalde, Víctor Alvarado Dávila, Álvaro Mata Guillé, su editor y la colaboración especial Fabienne Bradu y Antidio Cabal, le dieron una gran solidez difusora a tan significativa edición homenaje.
Expresamos un profundo reconocimiento a la escritora francesa Fabienne Bradu (1954), por su libro Damas del corazón, donde le dedica 59 páginas al perfil biobibliográfico de Ninfa Santos e incluye 12 fotografías relacionadas con el entorno vital de la creadora en estudio. La revista precitada incluye una síntesis de 20 páginas, con base en el retrato del libro, que alcanza dos ediciones, en 1994 y 1996.
En la Sede Regional Chorotega de la Universidad Nacional de Costa Rica, hemos incorporado la obra de Ninfa Santos dentro de los contenidos programáticos del curso 'Escritoras centroamericanas del siglo XX', en el área de Estudios Generales.
En marzo del 2009, el investigador mexicano, Francisco Pérez Torres, me solicitó una copia del libro de Ninfa Santos, para incluirla en una tesis doctoral, como escritora mexicana, con obra editada entre 1920-1970.
Ninfa Santos falleció el 26 de julio de 1990. A 19 años de su desaparición física, la seguimos recordando, su poesía continúa iluminándonos.
¡Carpe diem!
Lic. Miguel Fajardo Korea
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