Sin la intervención solar en tu cuerpo,
la programación de las serpientes románticas
que callejean nuestra sábanas,
la mentira con que todos los días despertamos,
con las órdenes que acatamos de los espejos,
y las palabras almendradas de la ducha,
yo no puedo querer tener un destino.
Si en este camino yo soy un esclavo,
si los barcos son códigos, los trenes leyes
y los aviones artículos publicados con tu nombre,
si expresé mi idea de salvarme en tus brazos,
comunícale al mundo que no me importan
las derrotas: en la complejidad de huir
algunas veces se cruza la melancolía.
En las tardes frías de los hoteles prescritos,
hay un trámite de la memoria
que nos detiene, nos pone en conocimiento
de las habitaciones frías.
Por eso, los insectos ocupan el aire,
los detergentes, las estanterías,
se sirven de la nada para quitarnos autoridad,
para que su muerte sea un mandato necesario,
una respuesta absurda al futuro.
Y cuanto más sé
más quiero comparecer ante tu cuerpo,
solventar los paisajes fríos de este mundo:
Y aunque las sombras
declaran contra la honestidad
de las cosas, yo, largo tiempo
tendido sobre el silencio,
sobre la torpeza de la espera,
ya no puedo querer
pretender ser tu destino:
Porque ser uno mismo
es saber muy poco de uno mismo,
y la sencillez, lo demás.
Daniel Benito en Memoria de una puerta (Ediciones Vitruvio, Madrid, 2002).
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