Dos tres cero uno cinco siete ocho
Como todas las tardes,
codiciosos de ti mis dedos hurgan
en las redondas llagas del teléfono
y la distancia aceza entre nosotros
como un cósmico abrazo sostenido.
Luego, se hace el milagro
de tu presencia oculta en no sé donde
pero presencia al fin,
penetrando en la mía como un hálito.
Entonces,
el dulce apremio de tu voz, asido
al extremo del hilo telefónico,
me enloquece de esperas infinitas.
José María Portugués Hernando en Viento de Dios (Barcelona, 2004).
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A veces sólo basta eso, la voz de la persona querida que nos reponga de la falta de su presencia. A veces sólo una palabra nos transporta a otro mundo donde todo vale.
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