¡Señor de los desgraciados!
Decidme vos, Señor Dios,
Si es locura... Si es verdad
Tamaño horror ante vos...
¿Por qué no quieres borrar
A fuerza de olas, oh mar,
De tu manto este borrón?
¡Astros! ¡noche! ¡tempestades!
¡Caed de las inmensidades!
¡Barre los mares, tifón!...
¿Quién son estos desgraciados
A quienes darles no os plugo
Más que el reír de la turba
Que excita al torvo verdugo?
¿Quién son?... Si calla la estrella,
Si la ola se atropella,
Como un cómplice fugaz,
Ante la noche confusa...
¡Dilo tú, severa musa,
Musa libérrima, audaz!
Son los hijos del desierto,
Son los hijos del sol, rudos.
Allá vuela en campo abierto
La tribu de hombres desnudos...
Son los guerreros osados
Que con los tigres manchados
Pelean con decisión...
Hombres simples, fuertes, bravos...
Hoy son míseros esclavos
Sin luz, aire ni razón...
Son mujeres desgraciadas
Como Agar lo fue también,
Que sedientas, quebrantadas,
Lejos de su hogar se ven...
Traen hijos en los regazos
Y cadenas en los brazos,
Y en el alma llanto y hiel.
Como Agar: sufriendo tanto
Que ya ni leche ni llanto
Le pueden dar a Ismael...
En las arenas doradas
Del país de los palmares
Esas mozas agraciadas
Tenían amor y lares...
La caravana fue un día
Cuando la Virgen sentía
Elevarse su alma a Dios...
¡Adiós monte y adiós choza!...
¡Palmares que el agua roza!...
¡Adiós, amores..., adiós!...
Después, el desierto extenso...
Después, el inmenso mar...
Y en el horizonte inmenso
Desiertos de no acabar...
La sed, el hambre..., agonía...
¡Cuánto infeliz cae un día
Y no se levanta ya!
Queda un hueco en la cadena
Y el chacal, sobre la arena,
Devorando un cuerpo está...
Ayer, en Sierra Leona,
De leones cazador,
Durmiendo bajo la lona
De la tienda, sin temor...
Hoy, el sollado profundo,
Infecto, estrecho e inmundo,
Del que la peste es jaguar...
Y el sueño siempre cortado
Por el cuerpo de un finado
Que se estrella contra el mar.
Ayer, la más libre vida,
La voluntad por señor...
Hoy, la libertad perdida
Hasta de morir de horror...
Sólo una cadena hiriente
-Férrea, lúgubre serpiente-
Es de todos la prisión.
Y así, a la muerte robados,
Danzan estos desgraciados
Del látigo al triste son.
¡Señor de los desgraciados!
Decidme vos, Señor Dios,
Si es delirio... Si es verdad
Tamaño horror ante vos...
¿Por qué no quieres borrar
A fuerza de olas, oh mar,
De tu manto este borrón?
¡Astros! ¡noche! ¡tempestades!
¡Caed de las inmensidades!
¡Barre los mares, tifón!...
Castro Alves, incluido en Antología de la poesía brasileña. Desde el Romanticismo a la Generación del
cuarenta y cinco (Editorial Seix Barral, 1973, trad. de Ángel Crespo).
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