Tú pregunta, y yo no sé,
tampoco sé lo que es el mar.
Es tal vez una lágrima caída de mis ojos
al releer una carta, de noche.
Tus dientes, puede que tus dientes,
menudos, blancos dientes,
sean el mar,
un mar pequeño,
afable,
tan sólo música distante.
Es evidente que mi madre me llama
cuando una ola y otra ola y otra
deshace su cuerpo contra mi cuerpo.
Entonces el mar es caricia
luz mojada en la que despierta
mi corazón reciente.
A veces el mar es una figura blanca
brillando entre las rocas.
No sé si mira al agua
o si busca
algún beso en las conchas transparentes.
No, el mar no es nardo ni azucena.
Es un adolescente muerto
con los labios abiertos a los labios de la espuma.
Es sangre,
sangre donde la luz se esconde
para amar otra luz sobre la arena.
Un pedazo de luna insiste,
insiste y sube lenta arrastrando a la noche.
Los cabellos de mi madre se sueltan,
se extienden en el agua,
alisados por una brisa
que nace exactamente en mi corazón.
El mar vuelve a ser pequeño y mío,
anémona perfecta, abriéndose en mis dedos.
Tampoco sé lo que es el mar.
La mañana aguardo, impaciente,
y con los pies descalzos en la arena.
Eugénio de Andrade en Las palabras prohibidas (1951), incluido en Antología poética 1940-1980 (Plaza & Janés Editores, Barcelona, 1981, versión de Ángel Crespo).
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Quizá no lo sabe, pero conoce demasiados detalles de él. Será cuestión de armar el puzle. Un saludo!
ResponderEliminarLas piezas sueltas de nuestra vida que van a dar en lo que somos.
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