Cuando te levantas a medianoche,
y el rocío brilla en la piedra de tus mejillas,
te lloran.
Te acompañan de vuelta a la casa vacía.
Meten dentro las sillas y las mesas.
Te sientan y te enseñan a respirar.
Y tu aliento quema,
quema la caja de madera de pino y las cenizas caen como luz solar.
Te dan un libro y te piden que leas.
Escuchan y sus ojos se llenan de lágrimas.
Las mujeres acariciaron tus dedos.
Peinan de vuelta el rubio de tu pelo.
Afeitan la escarcha de tu barba.
Masajean tus muslos.
Te visten con ropas selectas.
Frotan tus manos para mantenerlas calientes.
Te alimentan. Te ofrecen dinero.
Se arrodillan y te ruegan que no te mueras.
Te lloran cuando te levantas a medianoche.
Cierran sus ojos y susurran una y otra vez tu nombre.
Pero no pueden arrastrar la luz enterrada de tus venas.
No pueden alcanzar tus sueños.
No hay manera, viejo.
Levántate, sigue levantándote, no te hace ningún bien.
Te lloran como pueden.
Mark Strand en Aliento (Ayuntamiento de Lucena, Córdoba, 2004, trad. de Julián Jiménez Heffernan).
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¡Qué dura puede ser la vejez!
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