En el sueño esperamos un barco.
Tomamos un jugo de sabor a maní, sobre una
mesa que cojea.
La angustia crece con la tarde
y una mujer no hace más que escribir,
concentrada sobre un cuaderno infantil, lo que
sucede.
Todo en el sueño es inquietud,
un túnel borroso hacia la mañana y la
llamada inaugural desde los muelles. Nada tan
importante como esa función, pienso en el sueño:
anotarlo todo, todo, hasta la exasperación -mi mirada turbia,
las correas gastadas del bolso en un rincón de
la habitación-.
Acaso veo -en el sueño y despierta-
como me fragmento y a la vez me congelo, en una
imagen sin otro esplendor que sus leyes geométricas,
un mundo en donde la mujer
no levantará los ojos para ver mi terror
convertido en guirnaldas de despedida
o en plegarias. Un lugar que usa la pasión como
un objeto movible -un cielo abierto, lechoso-,
una frontera.
Paulina Vinderman
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