No supe que mi padre
tenía hojas en las manos,
hasta que verde vi
la plenitud lunar
de sus dedos
que troncharon, cotidianos,
la estrella - pan que nos alumbra
la boca y la garganta.
No supe de sus yemas jardineras,
hasta que florecí como llama angustiada,
anunciación, agua o frío,
como maíz o como miel tan sólo.
No supe que mi padre
tenía clorofilas
en sus diez uñas vegetales y firmes,
hasta que descubrí la igualdad
del rocío y el torrente,
el temblor de la rosa y sus espinas;
hasta que comprendí que nardo y pena
son un mismo binomio de ternura;
hasta que mordí,
con dentelladas de fulgor acaso,
el trabajo nutricio de las cosas,
los días o las horas.
Hoy,
cuando siento que sus manos
son más hoja, más árbol,
más flor que tiempo y carne,
pongo su semilla verde
en esta dura tierra
que me cubre las venas
por donde corre un insomne suspiro
de luz y llanto nuevo.
Delia Quiñónez en Barro pleno (1968), incluido en Poetisas desmitificadoras guatemaltecas (Tipografía nacional, Guatemala, 1984, ed. de Luz Méndez de la Vega).
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Alegoría preciosa.
ResponderEliminarNo soy de decir "bonito " respecto de un poema, pero de este sí.
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